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  23/09/2016

Galaxy Note 7, del cielo al purgatorio

El infortunio no pudo ocurrir en peor momento para Samsung; cuando se había adelantado al lanzamiento del nuevo iPhone con otro smartphone que algunos críticos calificaron como el mejor del año. En pocos días, el Galaxy Note 7 pasó del cielo al purgatorio. La empresa coreana reaccionó responsablemente: no intentó disimular el problema, y sólo tres semanas después de denunciadas 35 incidencias, ha iniciado el reemplazo de las unidades despachadas. El coste total de cambiar 2,5 millones de smartphones se ha estimado en unos 1.000 millones de dólares, cifra que afeará las cuentas de su división de móviles, muy mejoradas en el trimestre anterior. Lo relevante será minimizar el daño de imagen.

Este episodio evidencia, ante todo, los peligros que acechan a la industria por acelerar la introducción de productos estilizados y/o pequeños, que en ocasiones atentan contra la lógica y las leyes de la física. Agravados por la necesidad de lanzarlos simultáneamente en todo el mundo y con escaso tiempo para verificar los procesos de fabricación, una logística compleja, en unos tiempos en los que el consumidor no acepta errores y está más dispuesto a exigir compensaciones. Atrás quedan los años en los que un early adopter compraba todo lo nuevo con software poco probado, una práctica que eufemísticamente se conocía como fase beta. Ahora, todo sale al mercado con una prisa que – dice el refrán – es mala consejera.

La industria de las TI y la electrónica de consumo soportan la presión de ser (y parecer) innovadoras, cuando en la práctica los productos a la venta ya están perfeccionados. Se ha convencido al consumidor de que lo nuevo ha de romper con lo anterior: de los smartphones, en particular, se espera que sean más delgados, más ligeros, que alberguen más funciones y, desde luego, que estiren la vida de sus baterías. Más características internas que han de ser compatibles con su atractivo externo, para seducir a usuarios que ya llevan encima demasiado de ambas cosas. Todo choca, en definitiva, con las limitaciones para fabricar chips más densos y que – ay – consuman menos energía. Por esto, las baterías se han convertido en el punto vulnerable de los smartphones, artilugio que ha de atender más exigencias que ningún otro dispositivo. Y a un precio competitivo, claro.

Algo así, si no todo, es lo que ha pasado con el Galaxy Note 7. Samsung se ha metido en la carrera por llegar cuanto antes a las tiendas con un diseño rompedor, que gana unos milímetos cúbicos de volumen y unas décimas de grosor. El fiasco se ha debido, aparentemente, a un fallo de fabricación de un componente suelto, la batería. Según el comunicado de Samsung del 2 de septiembre [para colmo, mientras en Berlín se celebraba la feria IFA], el incendio de unas docenas de Note 7 en el proceso de recarga se originaba en el sobrecalentamiento de la batería interna, fabricada por su filial Samsung SDI.

Luego, a raíz de la circulación en redes sociales chinas de fotos de algún Note 7 incendiado, Samsung se ratificó en su explicación. Lo interesante es que los dispositivos despachados en China no llevaban la misma batería, sino otra fabricada por la compañía Amperex, que no presentaba fallos. El análisis de un aparato incendiado y devuelto al operador reveló que se había quemado por una fuente de calor externa, no por el calentamiento de la batería interna..

De ser así, todo el revuelo se hubiera podido evitar con solo hacer que las baterías fueran ignífugas, un problema de ingeniería bastante más sencillo que cualquier otro que presentan los smartphones, pero que la industria no aplica, por ahora: bastaría con recubrir la batería con un material estanco a prueba de fuego. Para evacuar mejor el calor generado en el interior, al menos una parte del exterior de la batería debería ser metálica y estar en contacto con la carcasa, que en los modelos de gama alta tiende a ser de aluminio, excelente conductor del calor.

Es bien sabido que las baterías de ion de litio, universalmente utilizadas en los smartphones y en la mayoría de dispositivos electrónicos usuales, se calientan en el proceso de recarga. Aunque es por ahora la tecnología más fiable y la que menos calor produce entre las alternativas propuestas por la industria. En el pasado, se han dado casos de portátiles de diversas marcas que se han inflamado, pero nunca con la notoriedad que ha alcanzado el Note 7. En los vehículos eléctricos, que llevan baterías pesadas y ocupan la parte inferior, se las recubre con una aleación de titanio para aminorar la posibilidad de incendio aun en caso de choque.

La industria ha inventado distintas tecnologías de células de recarga, que son el componente básico de toda batería recargable. Todas tienen sus ventajas e inconvenientes, y la mayoría están en fase de desarrollado, aún sin posibilidad de fabricación a gran escala, con la excepción de las de ion de litio. Una tecnología que promete mucho es la de polímero de litio, que admite mayor densidad de energía [o sea: energía acumulada por unidad de volumen] pero con menor número de recargas hasta el 80% de potencia nominal, porque se calienta aún más que la de Li-ion.

Otras tecnologías están en fase más embrionaria, con lo que actualmente la de Li-ion es la única viable industrialmente. A excepción, al parecer, de la que tiene la compañía china BYD, con tecnología patentada de fosfato de hierro y litio (Li-Fe). Se están haciendo importantes inversiones con el fin de aumentar la densidad de energía y los ciclos de recarga sin abandonar la tecnología existente, pero el progreso es limitado, del orden del 5% anual, de manera que no hay grandes expectativas de encontrar antes de 2020 una alternativa al ion de litio que sea susceptible de fabricar miles de millones de células a un coste competitivo.

De lo anterior se deduce que lo que ha ocurrido a Samsung podría ocurrirle a cualquier en sus mismas circunstancias, si no se extreman las medidas de seguridad: se han dado numerosos casos de patinetes eléctricos incendiados, asunto potencialmente más peligroso.

Fundamentalmente, una explicación reside en la presión comercial: es frecuente que en las presentaciones de nuevos móviles se insista en que se trata del menor grosor del mercado. Aunque la diferencia sea de unas pocas décimas. Esto hace que el espacio interior destinado a la batería, que proporcionalmente es el componente más grande, sea insuficiente para alojar la capacidad que se necesita para que dure varios días y que se pueda evacuar el calor con comodidad. En realidad, la densidad de energía de que es capaz una batería no varía sustancialmente de uno año a otro, y los aparatos consumen más al exigírseles más prestaciones, entre otras que soporten pantallas más grandes. Si se quiere que la batería dure más, lo coherente sería hacerla más abultada, pero no es lo que el usuario está dispuesto a aceptar, o es lo que prejuzga la industria.

La situación es tanto más paradójica que, por ejemplo, la batería del Note 7 tiene más capacidad (es más pequeña, por tanto) que la del Galaxy S7 Edge, pese a que el volumen del dispositivo es mayor puesto que lo es la pantalla. Probablemente se debe – es una hipótesis – a que el circuito que permite escribir a mano en el Note 7 ocupa más espacio que el circuito de la pantalla del S7 Edge. En cualquier caso, pese a que el Note 7 consume más energía que el S7 – nuevamente, porque su pantalla es más grande – su batería es más pequeña, para mantener la esbeltez del aparato.

Una consecuencia de la brutal optimización del espacio interior es que todos los aparatos electrónicos deben recargarse cada pocas horas. Si se hicieran medio centímetro más gruesos (y, claro, menos ligeros) durarían varios días, por el simple hecho de que la batería sería más grande y mayor su capacidad. Una solución muy usual, para evitarse la angustia de buscar un enchufe en el peor momento, es llevar una batería portátil conectada y sujeta al aparato con una goma elástica. Pero, caramba, es una solución muy poco elegante en sociedad.

Otro fabricante, LG, presentó hace meses su spartphone G5, que tenía la particularidad de poderle acoplar una batería externa, sencilla y a juego del aparato, como accesorio. La promoción de la compañía acerca de esta batería extraíble no funcionó: los consumidores no consideraron plausible que se les cobrara un plus por la batería opcional. En descargo (relativo) de Samsung, hay que decir que las baterías pequeñas y estrujadas en el interior son la práctica habitual de todos los fabricantes, siempre en aras de lograr aparatos compactos que satisfagan a los departamentos de marketing que, supuestamente, saben (o dictan) lo que quiere el usuario.

La situación tiene otras vertientes. Apple fue la primera marca en hacer que las baterías de sus iPhones (y de algunos Mac) no fueran extraíbles, con el objeto de hacer carcasas más pequeñas. Fue una decisión criticada por los detractores de Apple – como un rasgo más de su cerrazón – pero con el tiempo sería imitada. Ahora mismo, en medio de polémicas, Apple ha eliminado en el iPhone 7 el conector del auricular. El objetivo técnico es liberar espacio (para la batería, supuestamente) y conseguir que el nuevo smartphone sea estanco. Por supuesto, los evangelistas de la manzana han vendido la novedad como un gran avance para los usuarios.

El tiempo dirá si el tropiezo de Samsung puede influir en la mentalidad de una industria en la que los diseñadores tienen más predicamento que los ingenieros. La comodidad de los consumidores requeriría que las baterías sean más generosas en capacidad. y en espacio de alojamiento, para la evacuación del calor. Tómese el caso de los coches eléctricos: se comprende que la batería sea siempre limitada, porque cada 100 km. de autonomía suponen muchos kilogramos menos y un coste inferior. Pero, vamos, en un smartphone o en una tableta – que también persiguen un ideal esbelto – el ahorro de costes sería fácil de argumentar. Tampoco se trata de convertir un dispositivo móvil en un ladrillo, como los móviles de los 70.

[informe de Lluís Alonso]


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