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  12/11/2020

La aventura bursátil de Ant pincha en falso

Jack Ma no es un cachorro de escuela de negocios que salen a comerse el mundo con una idea (y un algoritmo). Es un empresario consagrado y el hombre más rico de China, que ya es decir. Lo que no le ha salvado de sufrir un revolcón: la salida a bolsa de Ant Group se ha visto truncada tras la aprobación a última hora de nuevas normas que ponen en cuestión su viabilidad al menos en los términos en que estaba planteada. Para la anécdota queda una salida de tono muy inoportuna de Ma, que con sus palabras ha colmado la paciencia de las autoridades regulatorias. Estas recelan de las Fintech y en especial de Ant, cuyo tamaño y ambición pueden despertar fantasmas dormidos desde la crisis de 2008.

Jack Ma con Xi Jinping de espaldas

Pese a los rasgos únicos e irrepetibles de la economía china, el fiasco de la salida a bolsa de Ant viene a ser instructivo acerca de los obstáculos que van a encontrar en otras partes del mundo otros proyectos y aventuras financieras nacidas de la tecnología, vulgo fintech. Desde el punto de vista del Banco Popular de China (BPC), existiría un riesgo de que la institución pierda el control sobre la masa monetaria en circulación. Otras autoridades comparten ese temor.

Pasado un momento de oposición frontal, el antídoto de los bancos centrales – no solamente del chino – contra la invasión de los algoritmos será la digitalización de sus propias monedas fiduciarias y evitar que proliferen aventuras como el bitcoin y otras criptomonedas marginales. El chino es posiblemente el más adelantado: en esta corriente, tanto que ha iniciado pruebas de campo en varias ciudades para medir las opciones de introducción de un “yuan digital”.

No es paranoia. Este año, sólo hasta junio, Alipay – cabeza de puente de Ant en el mercado – procesó pagos por valor de 118 billones de yuanes (unos 17,6 billones de dólares), lo que significa que por sus manos (virtuales) ha pasado una cantidad 14 veces superior al efectivo en circulación en China. Y aunque ciertamente es el mayor prestamista del país, hay otros 249 que operan online a menor escala ofreciendo servicios similares.

Este telón de fondo no debería ser obstáculo para las pretensiones de Ant si no fuera porque forma parte de un conglomerado, Alibaba. Como compañía cotizada, cerraría el circuito que ensambla comercio electrónico con procesamiento de pagos y una plataforma de crédito paralela a la banca convencional. En su encarnación original, durante la década pasada, iniciativas basadas en el concepto P2P mostraban una imagen idealista, presuntas promotoras de una “democratización” de las finanzas frente a la mala reputación que se ha ganado la banca tradicional.

Políticamente hablando, es el momento más crítico en las relaciones de Ma con el régimen presidido por Xi Jinping, al que ha tratado con la distancia que se espera del mayor capitalista del país. En alguna entrevista, ha dicho estar “enamorado pero no casado” con el Partido Comunista.

El complejo Alibaba-Alipay-Ant no es una rareza china. Baste imaginar qué ocurriría si Amazon decidiera lanzar su propio banco, complementario de sus otras actividades. Circula aún en las redes la leyenda, ya desacreditada, de Internet como vehículo de desintermediación económica. Inicialmente pudo ganar terreno entre los usuarios jóvenes, propensos al uso constante de la tecnología y sensibles al señuelo de comisiones rebajadas o inexistentes. Pero ya no es de recibo.

A estas alturas, todo el mundo sabe que la corriente P2P (peer-to-peer) fue una ilusión que se desvaneció cuando las economías de escala impusieron su ley y dieron luz a los oligopolios actuales ¿Seguirán el mismo camino los ´neobancos`, nacidos en las cunetas de una regulación demasiado lenta para adaptarse? La mayoría de esas entidades carece de suficiente solvencia, por lo que tienen querencia a insertarse en el sistema financiero como satélites de la banca tradicional, constreñida por la regulación. De hecho, muchas de ellas viven de las comisiones que reciben de los bancos que no tienen su dinamismo.

Algunos ejemplos  – como Lending Club y SoFi en Estados Unidos o Funding Circle en Reino Unido – tramitan licencias bancarias que legitimen su condición de competidores. Quizás estos – pero no la mayoría – han alcanzado la escala necesaria o puede que hayan comprendido que la confianza ciega de los usuarios de Internet tiene límites. Además, para que las empresas operen con sus plataformas, tienen que ganar la respetabilidad que sólo confiere el sello de una autoridad centralizada.

Salvando todas las distancias, el bloqueo chino a la OPV de Ant tiene el mismo sabor, pero con otro picante: Jack Ma se ha granjeado enemigos en las esferas más altas del régimen. No es nada casual que le hayan atado en corto sólo unos días después de que se despachara a placer contra la banca tradicional, a la que reprochó su “mentalidad de casa de empeño” y la criticó por no apoyar sus operaciones en las técnicas de big data – como sí hace Ant – para evaluar la solvencia de los deudores, lo que según él se reflejaría en sus márgenes. Con otra frase por el estilo, destrozó su buscado perfil no conflictivo: Ma definió como “club de ancianos” al organismo gubernamental que regula el funcionamiento de los mercados financieros.

La venganza no tuvo tiempo ni para enfriarse: una semana después, los “ancianos” de la Comisión de Regulación de Banca y Seguros aprobaron nuevas normas para los préstamos online que impactan frontalmente con las aspiraciones de Ant. Jack Ma fue llamado a capítulo y tuvo que cancelar indefinidamente la salida a bolsa. Ahora será preciso completar el trámite de la legislación para que el grupo acomode sus operaciones al nuevo marco legal. Para más adelante quedaría un segundo intento, del que no es de prever unas expectativas comparables.

Ha sido un auténtico shock, se entiende por qué. Los 37.000 millones de dólares que aspiraba a recaudar iban a ser un récord mundial y determinarían una valoración de 317.000 millones, con la que Ant Group superaría lo que hoy vale JPMorgan Chase y cuadruplicaría a Goldman Sachs.

No es nada sencillo echarse atrás en una salida a bolsa cuidadosamente preparada. Cinco grandes fondos chinos a los que Ant había encomendado la colocación de sus acciones – a cambio de reservarles un 10% de participación – recaudaron miles de millones entre inversores minoristas, con una cláusula que impedía a estos revenderlas antes de 18 meses, para asegurarse la estabilidad de la cotización contra fugas prematuras. Pero,… como las acciones no están disponibles ni se sabe cuándo lo estarán, los inversores se sienten engañados y reclaman el reembolso de su dinero con penalizaciones.

Menudo jaleo ha montado esta fintech nacida en 2010 a partir de la escisión de Alipay – medio de pago al servicio de las tiendas online de Alibaba – y diversificarse en cuatro grandes líneas de negocio: pagos online, crédito al consumo, gestión de activos y seguros de salud. Más de mil millones de ciudadanos chinos usan sus servicios, lo que da una idea de su impacto social. A través de Alipay no sólo es posible realizar pagos a personas y negocios – mediante códigos QR – sino también ahorrar dinero en una cuenta individual, comprar seguros, obtener financiación, disfrutar de una tarjeta de crédito, etcétera. Como Fintech que es, Ant está profundamente imbricada en la vida cotidiana de los chinos.

Y predica con el ejemplo explotando a fondo las técnicas de big data en su concesión de crédito, con base en criterios que no pasarían los filtros que usa la banca. En consecuencia, esta línea de negocio representa el 40% de su cifra de negocio. Los ingresos de su unidad CrediTech, que incluye dos microprestamistas, aumentaron un 59% hasta 29.000 millones de yuanes (3.700 millones de dólares) en los seis primeros meses de este año.

El truco del almendruco reside en que Ant no arriesga prácticamente nada: se limita a ejercer de intermediaria con las entidades bancarias, que son las que asumen el riesgo de la morosidad. De los aproximadamente 1,7 billones de yuanes (217.000 millones de dólares) de préstamos al consumo que ha tramitado, sólo mantiene en su balance el 2%: el resto es financiado por terceros o titulizado (en forma de paquetes que venden en el mercado).

Por tanto, el gran negocio son las comisiones – a veces de hasta un 15% – que cobra a los bancos por servicios que incluyen la clasificación crediticia de los clientes y la conexión entre prestamistas y prestatarios. Con la nueva regulación, se estima que el mínimo que tendría que arriesgar sería del 30%, lo que según analistas de Hong Kong obligaría a Ant a suscribir un riesgo del que hoy se libra. Por tanto, las exigencias de capital propio se endurecerán.

El golpe asestado por Pekín beneficia claramente a los bancos “normales”. Ant tendría que solicitar nuevas licencias territoriales para operar. Un detalle nada pequeño, que augura un futuro complicado a otras fintech que no tienen los recursos que puede permitirse el grupo de Ma. Dejar manga ancha a este sería, a ojos de las autoridades, ceder demasiado control en el futuro digital. Ya en el pasado, al gobierno no le tembló la mano a la hora de regular el mercado de préstamos P2P, llegando al extremo de reducir a 29 una lista de casi 6.000 actores que campaban a sus anchas. Es un mal recuerdo que induce a obligar a las actuales fintech – no tan numerosas en la actualidad – a asumir más riesgos directos y descargar de ellos a la banca.

Claro está que, como casi todo lo que ocurre en China, hay que enmarcar estas noticias en el contexto geopolítico. La compañía se suma a la lista de empresas de tecnología y servicios financieros que han acudido a Singapur para suplir el cierre de puertas estadounidenses a las empresas chinas. Ya se vislumbra como este territorio de 725 kilómetros cuadrados es uno de los beneficiarios de las tensiones entre Estados Unidos y China: se ha comprobado con el caso Tik Tok y ahora se observa en la mudanza de Haitong Securities (segunda aseguradora de China), la división cloud de Huawei o el banco digital WeaBank, del grupo Tencent. De hecho, el número de miembros de la asociación de empresas Fintech en Singapur ha pasado en pocos meses de 350 a 780. Sería exótico ver a Jack Ma instalando siquiera una parte de su imperio en la península malaya.


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