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  17/08/2015

¿Capitulación de Google ante Wall Street?

Entre las múltiples interpretaciones de la reorganización anunciada por Google, puede que la más tonta sea aquella que la atribuye al deseo de «recuperar el espíritu de una startup» [hasta podría decirse lo contrario]. Otra, más imaginativa, se aventura a diagnosticar que Larry Page siente envidia por Sergey Brin, que puede dedicarse a «inventar el futuro» (sic) mientras él vive absorbido por el aburrido oficio de dirigir una empresa que vale 460.000 millones de dólares. Francamente, el autor prefiere explorar otras explicaciones, acordes con el carácter de este blog: los fundadores de Google no podían seguir haciendo oídos sordos a las quejas de sus accionistas institucionales.

Larry Page

Larry Page

Recuérdese que en 2001, los inversores iniciales aconsejaron a los veinteañeros Page y Brin acogerse a la tutela de un adulto con experiencia ejecutiva, a la sazón Eric Schmidt, que ejerció como tutor durante diez años, antes de ser desplazado a un papel ceremonial; Page ha sido desde 2011 el CEO de Google. En marzo pasado, la compañía fichó como chief financial officer a Ruth Porat, que ocupaba la misma posición en Morgan Stanley, y todos entendieron que su misión sería insuflar disciplina financiera a una compañía que, a juicio de muchos en Wall Street, es propensa a mezclar negocios con fantasías.

Hablar de disciplina financiera no significa, en este caso, sólo corregir la opacidad contable, sino dar a la compañía un giro estructural, cuyo ritmo y alcance se verán con el tiempo. El primer paso – sólo el primero – ha sido la creación de un holding, Alphabet, con el que Page y Brin vienen a formalizar lo evidente: que su empresa se ha transformado en un conglomerado. No se ha informado cómo serán las relaciones financieras entre Google – la original, ahora dirigida por el respetado Sundar Pichai con el rango de CEO – como casi exclusiva fuente de ingresos y beneficios. ¿Qué fórmula se usará para transferir los beneficios del negocio publicitario a las demás actividades, no rentables, del holding?

Lo único que se conoce es el reparto de roles. Google – como subsidiaria dominante – se quedará con el buscador y la publicidad, más las ramas afines que con el tiempo podrían disponer de ciertas libertades: YouTube y Android, por ejemplo. Por otra parte, el holding Alphabet se compondrá de unidades variopintas, que van desde Nest (cuya ambición es el ´hogar conectado`), Calico (que se propone, nada menos, prolongar la vida humana) y Fiber (embrión de operador de banda ancha), además de Google X (laboratorio de proyectos del grupo) y dos subsidiarias de capital riesgo, Google Capital y Google Ventures. Se supone que gozarán de autonomía, pero no se ha dicho (todavía) si van a publicar cuentas de resultados que faciliten el escrutinio de los accionistas.

El analista Horace Dediu lleva tiempo sosteniendo la tesis de que lo que el mundo llama Google está formado en realidad por dos entidades – como ejercicio teórico las llama Google A y Google B – que tarde o temprano tendrían que separarse. Grosso modo, la línea divisoria pasaría, según él, por el hecho de que Google A funcionaba como organización amorfa de I+D, mientras Google B se encargaba de generar los beneficios con los que soportar sus costes propios más los de mantener Google A.

Puede parecer algo simplista, pero el esquema descrito por Dediu tiene sentido: Google A podía gastar discrecionalmente gracias a que a Google B le sobraba dinero para pagar las facturas. Pero ocurre que Google – es decir A+B – cotiza en el Nasdaq, y muchos accionistas se declaran incómodos por saber cómo y en qué se usa «su» dinero. Por esta razón, se supone que la reorganización dará lugar a que las cuentas de Alphabet sean más transparentes (o al menos más claras) de lo que han sido bajo el nombre de Google. Es obvio que el proyecto de coche autónomo, y otros caprichos que Page y Brin llaman moonshots, pierden dinero sin que se diga cuánto ni cómo se gestionan; más difícil es justificar por qué se oculta si YouTube, adquirida por Google en 2006, es o no es rentable.

Por todo esto merece la pena releer la carta de 2004 a los inversores, con motivo de la salida a bolsa en la que Page y Brin prometían que Google no sería una empresa convencional sometida a los usos y costumbres de Wall Street. Parece haber llegado el momento de romper aquella promesa. Si el nuevo holding cumpliera con lo que se espera, los accionistas de Alphabet – la tasa de conversión será de una acción por cada una de Google – podrían por fin descubrir si es verdad aquello que dicen los críticos: que se gasta demasiado en moonshots y poco en desarrollar el core business.

La transformación de Google en Alphabet no es un movimiento inocuo. El holding será un instrumento para la adquisición de empresas que ocupen su sitio en el abecedario, directamente o a través de sus dos vehículos de inversión. Y si se viera oportuno, podría emitir deuda – la de Google es ridículamente baja, 8.000 millones de dólares – para financiar lo que a Page y Brin se les ocurriera, o para recomprar acciones propias [lo que Apple lleva tiempo haciendo sin tener necesidad] y así elevar el valor de las acciones, contentando a los inversores (ya que tiene a gala no repartir dividendos).

Otra consecuencia potencial sería la de aislar Google (ahora formalmente una subsidiaria) de eventuales reclamaciones a las que dieran lugar otras actividades de Alphabet [por ejemplo, un accidente de su coche autónomo]. Pero también sería más sencillo segregar alguna de esas actividades: podrían venderse a terceros, dar entrada a socios o darlas de baja sin más vueltas. A medio plazo, Alphabet podría ser una constelación de marcas sin que los contratiempos de los negocios periféricos afecten la reputación de la marca Google. Recíprocamente, se puede imaginar que esos negocios quedarían a cubierto de eventuales sobresaltos en el core business de Google.

Y así podría especularse sobre un mar de incógnitas. Pero antes de cerrar esta crónica corresponde preguntarse sobre el impacto que la transfiguración de Google en Alphabet pudiera tener sobre los contenciosos pendientes, particularmente en Europa. En lo inmediato, los portavoces de la Comisión Europea han dicho que no afectará al antiguo procedimiento pendiente [en el que se ha ampliado del 17 al 31 de agosto el plazo para que Google puede presentar nuevas alegaciones] por presunta violación de la normativa europea sobre competencia. Otra cosa es que llegara a prosperar la idea – por ahora un brindis al sol – de forzar una separación funcional entre el buscador y otras ramas de la compañía, para evitar que abuse de su posición de dominio. Alphabet tendría un argumento de peso. Pura conjetura.


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