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  15/04/2013

15Abr

De vez en cuando, me gusta citar a mi amigo Ramón Aymerich (y a él le divierte que lo cite). El sábado, comentaba en su columna de La Vanguardia el cierre de Genfins, empresa textil catalana con medio siglo a sus espaldas: «había hecho (casi) todo lo que dicen que hay que hacer para adaptar el negocio a los nuevos tiempos […] lo que sorprende de su final no son las causas – una de las cuales, el haberse concentrado en el mercado español – como el balance presentado al juzgado». Resumo: no debe nada a los trabajadores, ni a Hacienda ni a la Seguridad Social, «y ya me perdonarán -apostilla Ramón- pero esto no es frecuente. Todo lo que debe, lo que finalmente la ha llevado a la liquidación y al cierre, es la deuda bancaria».

¿Por qué me ha llamado la atención este comentario? Porque no se puede seguir hablando de crecimiento (lean las desoladoras crónicas sobre el Ecofin de la semana pasad) sin hablar de financiación del así llamado tejido empresarial español. En mis conversaciones con directivos del sector TI he observado últimamente que casi nadie menciona a las pymes, que – según el tópico arraigado – eran la columna vertebral de la economía española. Hoy el tema obsesivo de esos directivos es qué, cómo y cuánto invierten (o no) las 50 grandes empresas del país. La banca ha quedado fuera de juego hasta que termine de sanearse, ya sabemos cómo; descartada la inversión pública, no hay más que rascar. Así que todos a una.

Quien repase la lista de esas 50 corporaciones, verá que, por abrumadora mayoría, están embarcadas en planes de diversificación exterior. Esto, que en sí mismo sería una señal positiva, quiere decir que, con los matices que se quiera, se están fugando de España; no fiscalmente (bueno, tampoco puedo asegurarlo) pero no generan empleo aquí, donde lo necesitamos.

Ya puede el economista Laborda contarnos en su crónica de color salmón que España ha ganado en competitividad durante 2012; cómo no, si ha habido una devaluación interna vía salarios, se ha aplicado un ajuste de empleo brutal (oficialmente llamado reforma laboral), se han acentuado los rasgos regresivos de la fiscalidad y, aunque «esto no es Grecia ni Portugal», como se dice ritualmente, lo evidente es que el «austericidio» ha destruído el consumo, y está dejando un tendal de empresas cerradas como Genfins, que a estos efectos es sólo un ejemplo más. Ignoro quiénes son sus accionistas, y lo que harán tras el cierre de la empresa, pero dudo mucho de que tengan ganas de invertir en tecnologías de la información.


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