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  16/10/2013

16Oct

Mi difunta madre hubiera dicho que esto “pasa de castaño oscuro”, y yo por una vez estaría de acuerdo. Si nada ni nadie lo remedia, la intimidad en Internet estará condenada. Google ha comunicado a sus no sé cuántos millones de usuarios, que el 11 de noviembre modificará por defecto las condiciones de sus servicios, empezando por Google+ y Google Play, pero ha tenido el gesto de avisar que si las nuevas condiciones fueran aceptadas (o sea, no rechazadas explícitamente por los individuos afectados), se reserva el derecho de poner en venta los perfiles de los usuarios, incluida su foto, si fuera el caso, así como las preferencias y comentarios expresados por ellos acerca de las marcas y productos de los anunciantes. El nombre que Google ha dado a esta práctica es ingenioso: “recomendaciones compartidas”.

No ha precisado si otros servicios, como YouTube o el propio buscador, serán o no incluidos en la nueva política, pero se puede suponer que una vez cruzado el primer umbral, por qué no traspasar los siguientes. Tampoco ha dicho Google cuándo iniciará la comercialización de ese caudal de información personal, tal vez porque prefiere esperar a ver cómo se lo toman los usuarios y hasta qué punto son permisivas las autoridades, en Estados Unidos y en Europa.

Para esto se ha acuñado la expresión “publicidad social”, y los analistas estiman que el mercado potencial valdría unos 9.500 millones de dólares. No es un exceso de imaginación deducir que lo que pretende Google es evitar que Facebook se apodere de la tajada más gorda del negocio. Como si se hubieran puesto de acuerdo – algo que no puedo ni quiero sospechar – Facebook ha dado un paso similar, anulando la posibilidad que hasta ahora tienen sus usuarios de bloquear el acceso a sus perfiles personales más allá de sus ´amigos´ en la red social. Como poco, habría que decir que Facebook deberá elaborar un nuevo argumento para justificar su política de privacidad. Ya ha tenido que pagar sumas millonarias para apagar casos llevados ante los tribunales.

Por su parte, Instagram, ahora propiedad de Facebook, ha anunciado que se propone “poner en valor” las fotografías que, con ingenuidad o imprudencia, suben los muchos usuarios de este servicio para narcisistas. Para no ser menos, Twitter – acuciada por la necesidad de mostrar su capacidad de monetizar la masa de usuarios, anticipa que también ajustará, sólo un poquito, sus reglas relativas a la privacidad.

Google+ es el intento de montar una red social capaz de competir con la de Facebook, pero la diferencia merece aquilatarse en sus justos términos: tiene 190 millones de usuarios (más 400 millones indirectos a través de otros sitios de Google) que, comparados con los casi 1.200 millones de Facebook parecen pocos, pero la capilaridad de Google es muy superior. Para corregir esta debilidad relativa, Facebook ha inventado Graph Search, que viene a ser una herramienta para trazar un mapa de las interconexiones de sus usuarios. ¿Para qué? Para convertirlas en un medio de vender publicidad.

Vayamos a lo conceptual: antes de caer en la hipnosis colectiva, cuando se teorizaba sobre las virtudes de Internet, habíamos convenido en que sus dos atributos principales eran la desintermediación y la desmaterialización. Luego, Google añadiría un tercero, la personalización. Ahora vemos en qué han ido a parar, pero reconozco que el asunto merece un tratamiento más extenso y un análisis para el que no me siento capaz esta noche, escribiendo en una habitación del hotel Grand Marina, de Barcelona [vaya, he vuelto a picar: esta información trivial podría tener valor monetario para Google]. Dejémoslo así.


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