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  18/12/2013

18Dic

La noción de una ´mano invisible` que mueve los mercados bursátiles conlleva cierto aroma a teoría conspirativa, de esas que a priori generan desconfianza porque tienden a atribuir todos los males a una sola causa. La semana pasada, leí una información de Reuters en la que esa supuesta mano invisible tomaba cuerpo. A partir del lunes 9, los dos mercados de Wall Street (Nasdaq y NY Stock Exchange) han empezado a publicar datos sobre las transacciones que se hacen en lotes de menos de 100 acciones, que hasta ahora permanecían ocultas al público. Es pronto para saber qué consecuencias tendrá la decisión sobre los índices de ambas bolsas, pero ya se sabe algo sobre la influencia que han tenido esos lotes – a los que se ha considerado marginales o de poca trascendencia – en la cotización de ciertas acciones que han sido favorecidas (o perjudicadas) por los algoritmos en los que se basan las operaciones de alta frecuencia.

Para no enredarme en cuestiones en las que soy profano, me limitaré a contar que, según la agencia, la negociación en lotes pequeños se ha quintuplicado desde 2007, año en el que se consolidó el mercado electrónico en Estados Unidos, y que en estos seis años se ha registrado el auge de la práctica – polémica para unos, rentable para otros – de valerse superordenadores de gran potencia para ordenar transacciones a tal velocidad que ningún operador humano podría replicar.

Un estudio de Cornell University halló en 2011 que esos algoritmos se valen de miles de órdenes pequeñas (y por serlo, «invisibles») como catas para enmascarar operaciones de gran volumen, emanadas de inversores institucionales y susceptibles de alterar – al alza o a la baja según la conveniencia del momento – el precio de una acción determinada. Según los casos – dice el estudio – esas catas, o pinging –son responsables por el 30% del volumen medio negociado de una acción.

¿Dónde está el problema? En la asimetría de información: a menos que se trate de un especulador profesional, el inversor normal y corriente sólo conoce las cotizaciones una o dos veces al día, por lo general al cierre. Quienes controlan los ordenadores que generan movimientos de alta frecuencia, procesan velozmente cada inflexión del precio y sacan partido al instante. Al final, esto influye en la percepción que el público tiene del comportamiento de tal o cual acción.

Tomemos dos casos notorios. Apple, que cotizaba ayer a 557 dólares por acción, o Google (1.072 dólares). Un lote de 100 acciones tiene poco peso en la capitalización de estas empresas y, por tanto, no despierta sospechas, pero equivale a entre 50.000 y 100.000 dólares en números redondos. Cantidad que no está al alcance de un inversor normal y corriente, pero que, una vez multiplicado por cierto número de lotes confiere un poder excepcional al inversor institucional (y a su agente) para arbitrar cuál ha de ser la cotización que más le conviene en cada momento del día, o varias veces en un día.

Luego, los comentaristas nos tomaremos en serio (o no) la cotización como reflejo de esta o aquella circunstancia de la economía real de las empresas; noticias como la de Reuters demuestran que el ejercicio puede resultar falaz o, en el mejor de los casos, ingenuo. Saque cada uno sus conclusiones, pero antes sepa que: a) esos lotes supuestamente marginales acumulan el 5% de la capitalización total en el mercado electrónico, b) que representan el 45% del valor de Apple que se negocia diariamente y c) en el caso de Google, ese porcentaje oscila entre el 50 y el 60%.

Pasarán un par de semanas antes de que el regulador americano, la SEC, publique su consolidación de los lotes de menor cuantía en su registro total de operaciones, algo que autores razonables han reclamado durante años. Sólo entonces podrá decirse con certeza si la mano invisible aprieta mucho o poco. Pero ya podemos decir que existe.


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