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  18/11/2016

18Nov

Entre las muchas frases atribuídas al ingenio de Mark Twain, me gusta esta: «una mentira puede dar media vuelta al mundo en lo que la verdad tarda en atarse los zapatos». La he recordado a propósito del titular de El País que nos informa de que «Google y Facebook declaran la guerra a las webs de noticias falsas». Bueno, en realidad, les darán poca guerra: privar a los tramposos de ganar dinero con la publicidad ´contextual` durará lo que tarden en fabricar otro dominio desde el cual seguir colándose en los intersticios que dejan el primer buscador y la principal red social.

Cuando se disipen los humores de la campaña electoral en Estados Unidos, origen del escándalo de los últimos días, el problema estructural seguirá vivo, porque eliminarlo de raíz implicaría cuestionar el mito de la objetividad de los algoritmos en que Google y Facebook basan su funcionamiento y su negocio. Algo que ni una ni otra harán, por la cuenta que les tiene.

Dejando a un lado sus mecanismos publicitarios, corresponde distinguir a las dos compañías. Google carece de una red social [y mira que lo ha intentado], por lo que su pecado en este episodio se limita a que su algoritmo de relevancia otorgó a una noticia manipulada el tratamiento de trending topic. De no ser por esto, la transgresión ni siquiera hubiera trascendido.

En cuanto a Facebook, el fraude económico no ha sido el principal ni el único problema en torno a la falsedad de unas noticias que indujeron a muchos usuarios a darles una credibilidad que no merecían: la del supuesto apoyo del Papa a Trump, por ejemplo, fue compartida 960.000 veces. Fue la más viral entre 20 identificadas como falsas que acumularon 8.711.000 impactos mientras las 20 top verdaderas sumaron 7.367.000.

Es notorio que los abusos, lnjurias, mentiras y engaños han estado presentes en Internet desde antes de que el joven Zuckerberg inventara su red social. Con los años, han adquirido una dimensión imparable: la credulidad de los usuarios ante las seudonoticias es consustancial a la ingesta de esa papilla que es lo más parecido a información que consumen millones de personas cada día. A la mayoría les importa poco o nada la veracidad, siempre y cuando coincidan con sus ideas o simplemente sean graciosas: su primera reacción será pinchar un ´me gusta` antes de compartirlas con sus amigos, amiguetes y conocidos. Un estudio del Pew Research Center estima que cuatro de cada diez ciudadanos norteamericanos dan crédito a noticias en las redes sociales que no se molestan en contrastar.

El mismo instituto reconoce a Google como una fuente «generalmente fiable», por la neutralidad en la recogida de noticias publicadas por los medios, rasgo este que sería un componente de su algoritmo de base. En En cambio, dice el estudio que un usuario medio de Facebook tiende a leer, premiar y compartir las historias [cuanto más breves, mejor] que apelan a sus emociones y/o coinciden con sus actitudes o ideología. O sea que, en lugar de informar, apuntalan ideas preexistentes.

Esto sería, según los análisis sociológicos, lo ocurrido durante la campaña electoral en Estados Unidos, dando pie a criticas según las cuales Facebook influyó (involuntariamente) en el triunfo de Donald Trump.

Mark Zuckerberg ha contratacado argumentando que Facebook «no puede erigirse en árbitro de la verdad». Nadie le ha pedido tal cosa, sólo que Facebook verifique los hechos. En todo caso, según sus cálculos, el 99% de lo que los usuarios ven es «auténtico», y sólo una mínima parte del 1% que no lo es tendría relación con propaganda política. Por tanto, el bueno de Mark cree «demencial» que alguien pueda pensar que Facebook ha jugado algún papel en el triunfo de Trump.

En su blog personal, Zuckerberg avisa de que Facebook «ayudó a 2 millones de personas a registrarse para votar, y basándome en nuestras estimaciones hemos logrado que un número similar acudiera a votar en lugar de quedarse en casa». ¿A qué viene esta frase? A que, creo yo, si negara que los contenidos de su red social influyen en las actitudes de los usuarios podría socavar las razones por las que las empresas se anuncian en ella.

Me parece más interesante otra negación de Zuckerberg. Según él, Facebook es una plataforma tecnológica, no una media company. Es discutible: aparte del caudal propio de información que genera, Facebook influye en los contenidos que, a partir de aquél, copian, referencian, distribuyen y multiplican los medios de comunicación. En el fondo, hasta podría decirse que ha parasitado a los medios, convirtiéndolos en cajas de resonancian para sí, y dejándoles la tarea de comprobar la veracidad de lo que se publica a partir de Facebook.

Ha trascendido que en mayo- durante las primarias – algunos empleados de Facebook avisaron de que los feeds que se publicaban contenían un porcentaje anómalo de bulos maliciosos de carácter político. Mark Zuckerberg se encontró de pronto ante un dilema: dejarlos correr y que se le reprochara partidismo, o censurarlos y ser acusado de violar la libertad de expresión.

Un debate interno, al parecer hasta agosto, produjo movimientos contradictorios: el grupo de supervisores que filtraban las selecciones automáticas previas, fue eliminado, y todo el proceso quedó en manos de los algoritmos. La consecuencia, según los críticos, fue que más noticias falsas aprovecharon la ausencia de barrera humana. Que unos espabilados en Macedonia crearan una webs oportunista para ganar dinero, es una anécdota de menor entidad. La discusión legítima es cuánto mandan los algoritmos.

Si Zuckerberg asumiera que Facebook es una compañía de medios tendría muchas consecuencias, entre ellas la aceptación de un rol que rechaza, el control editorial de los contenidos y, por tanto, las eventuales responsabilidades. Esto es intrínseco en los medios de comunicación, pero Facebook se las ha arreglado para sustituirlo por un mecanismo que permite a los usuarios «etiquetar» los contenidos que consideren falsos o delictivos [en tal caso, podría eliminarlos, pero nadie los rectificará, porque eso sólo lo hacen los medios].

Pido disculpas por extenderme, pero queda por rematar la faena. En los últimos tiempos, Facebook se ha equivocado demasiadas veces. Ha cometido un error gravísimo al falsea la métrica del tiempo que los usuarios pasan viendo vídeos en su plataforma; luego ha rectificado la política de permitir que los anunciantes usen su red para campañas segmentadas en función del criterio de raza; e increíblemente ha metido la pata al hacer público el experimento de preparar obituarios «memorialísticos» sobre una muestra de usuarios vivos, sin autorización de estos.

¿A qué se deben estos patinazos? Hay quien opina que son consecuencia de un crecimiento que ha desbordado las estructuras de una compañía en la que Zuckerberg sigue siendo el alfa y omega de toda iniciativa. Otra hipotesis plausible es el nerviosismo que empieza a apoderarse ante la conciencia de que el crecimiento no es tan elástico, y que la llamada «economía de la atención» tiene límites. No sé con qué explicación quedarme.


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