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  22/09/2014

22Sep

El jueves, el primer tuit decía Larry Ellison steps down, pero la prensa lo dijo de otro modo: Larry Ellison steps aside; ni uno ni otros hubieran errado de haber escrito Larry Ellison steps up. Las tres formas verbales describen lo que está pasando en Oracle, aunque nadie sepa decir qué está pasando realmente. Lo que se ha comunicado es que el fundador, Larry Ellison, deja el puesto de CEO, repartiendo las funciones ejecutivas entre Mark Hurd y Safra Catz, pero asciende a la posición de presidente ejecutivo y, en la movida, degrada a Jeff Henley, que después de una década como chairman pasa a ser vicechairman.

A primera vista, sería la orquestación de una sucesión ordenada. Ellison cumplió 70 años en agosto, y aunque ninguna norma escrita le obligaría a jubilarse, era previsible que su edad empezara a ser motivo de incómodas especulaciones. Los portavoces de Oracle minimizan la importancia del asunto, explicando que el reparto de funciones se mantendrá: Hurd y Catz – ahora co-CEOs – se ocupará de las mismas áreas que hasta ahora [ventas y marketing el primero, finanzas y jurídica la segunda] mientras Ellison supervisará lo que siempre le ha interesado, el desarrollo de productos. ¿No pasa nada, como nos dice el inane discurso de los comunicadores? Difícil de creer.

Hace semanas, con motivo del retorno de Michael Bloomberg a la cabeza de la empresa que lleva su nombre – que confió a otras manos mientras fuera alcalde de Nueva York – se discutía acerca del papel de los fundadores, sobre todo si son carismáticos, cuando su horizonte vital se acorta. Se mencionaba el caso de Steve Jobs – no viene muy a cuento, porque no se fue sino que lo echaron, volvió, etcétera, pero murió todavía joven, y su sombra se agita todavía – o el de Michael Dell, que recuperó el control y con el tiempo se deshizo de los accionistas. Bill Gates es otro caso singular, pero lo cierto es que a Satya Nadella le preguntan continuamente si recibe consejos del fundador.

Para mi gusto, el ejemplo que más podría asimilarse al de Oracle es, curiosamente, su gran enemigo, SAP. El fundador de la compañía alemana, Hasso Plattner, también de 70 años, mantiene un estricto control pero ha delegado las tareas ejecutivas, escogiendo por dos veces bicefalias que se disolvieron con el tiempo [recientemente, Bill McDermott ha quedado como único CEO, tras apartarse Jim Hagemann Snabe].

Es plausible preguntarse si funcionará la bicefalia. No tiene por qué acabar mal, mientras mantengan el reparto de roles: en lugar de reportar al CEO Larry Ellison, reportarán directamente al consejo, cuyo presidente ejecutivo será… Larry Ellison. Este, que ha sido el factotum de Oracle durante 37 años y posee una cuarta parte de las acciones, se ha ocupado de ser irreemplazable. Se hace difícil disociar al personaje de la empresa: el año pasado, en OpenWorld, se produjo una desbandada de clientes tras anunciarse que no acudiría al evento porque estaba de regata. Sería insensato pensar en este hombre hiperactivo como un jubilado dedicado a dar órdenes a las tripulaciones de sus barcos y aviones, o a los jardineros de sus múltiples propiedades.

Es un hecho que la transición en la cúpula de Oracle ha comenzado. El ritmo, creo yo, dependerá de tres factores concomitantes: 1) la salud de Ellison, que tiene muy buen aspecto, 2) cómo se lleven Hurd y Catz, tutelados y 3) cómo marche la reconversión de la compañía hacia el nuevo y azaroso mundo del cloud. La conferencia con analistas, consecutiva al anuncio del jueves, ha dado algunas pistas sobre el tercer punto, pero las integraré con la cobertura de OpenWorld, que se abrirá en San Francisco dentro de una semana.


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