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  26/04/2013

26Abr

Recuerdo un cartel que ví hace años en una tienda: «sólo fiamos a los ricos», decía. Lo he recordado al leer que Apple está preparando una emisión de deuda para obtener recursos con los que aumentar la dotación de su programa de compra de acciones propias, una táctica que está visiblemente destinada a calmar a los accionistas que llevan tiempo quejándose de la tacaña política de dividendos, y ansiosos por recibir su tajada de los 148.000 millones de activos líquidos atesorados por la compañía. Han entendido bien: tiene 148.000 millones disponibles, pero se va a endeudar emitiendo bonos [a los que S&P y Moody´s han dado altas calificaciones] por unos cuantos miles de millones.

Los inversores revoltosos ya han dicho que, por ellos, encantados. Y tienen motivo: Steve Jobs les hubiera acallado – lo hizo, y envainaron – que con la revalorización de sus acciones ya tenían retorno más que suficiente; Tim Cook, en otro contexto, ha preferido por ceder a esas demandas.

Apple no es una excepción ni mucho menos: la tesorería de Cisco y Oracle, por ejemplo, supera los 80.000 millones, mientras sus deudas suman 35.000 millones. Microsoft, otro de los ricachones del sector, emite regularmente bonos desde 2009, y contabiliza 14.000 millones de deuda, que equivalen más o menos al 10% de su robusta tesorería.

En parte, esta ingeniería financiera obedece al hecho de que esos activos líquidos – saldo bancario y titulos a corto plazo – no están realmente disponibles, porque sus titulares los han retenido fuera de Estados Unidos – un 71% del total en el caso de Apple – debido a que su repatriación tendría un coste fiscal de hasta el 35%. Esta es la otra cara del pragmatismo que ha incitado a tantas multinacionales americanas a canalizar sus operaciones exteriores a través de sociedades instrumentales con sede en paìses – Irlanda, Luxemburgo, etc – atractivos por su baja imposición.

La discusión sobre el asunto lleva mucho tiempo rondando, y no hay síntomas de que la administración Obama vaya a hacer en su segundo mandato lo que no hizo en el primero: aprobar unas vacaciones fiscales a cambio de facilitar el regreso del dinero a EEUU: parece que no se ha creído el consabido argumento de que con esos recursos se crearían empleos «americanos».

Se puede deducir que la emisión de deuda no deja de ser una manera indirecta de repatriar recursos offshore, sólo que desplazando el sujeto fiscal. Y que con esos recursos se puede, llegado el caso, paliar los fallos de generación de cash flow dentro de Estados Unidos, o bien usarlos para financiar adquisiciones.

Un caso peculiar es Cisco, cuyo presidente John Chambers, tras reclamar a menudo un cambio de actitud del gobierno hacia los fondos offshore, ha cortado por lo sano y en pocos meses ha comprado empresas no estadounidenses: Intucell (israelí), Cognitive Security (checa), SolveDirect (austríaca) y Ubiquisys (británica). Vaya uno a saber si Cisco u otras multinacionales tendrán en su punto de mira más empresas europeas.

Volvamos a Apple con una última frase: aunque la inquietud entre los accionistas amainara gracias a esta inteligente maniobra financiera, con ella no habrá resuelto el problema acuciante que afronta Tim Cook: las cuentas de la compañía revelan una erosión sistemática de los márgenes, y esta es una dolencia difícil de erradicar.


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