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  26/05/2014

26May

Me preguntan si ya he acabado de leer el libro de Thomas Piketty que mencioné aquí hace días. No. Voy por la página 270, Le retour du capital dans les pays riches depuis les années 1970, pero la impaciencia me ha llevado a la 942, que traduzco así: «la lección general de mi investigación es que la evolución dinámica de una economía de mercado y de propiedad privada, librada a su suerte, contiene en su seno importantes fuerzas de convergencia, ligadas a la difusión de los conocimientos, pero también fuerzas de divergencia potencialmente amenazantes para nuestras sociedades democráticas y los valores de justicia social sobre los que se sostienen».

A Manolo le parece off topic que me dedique a estas lecturas en lugar del big data. Paciencia, este es mi blog, y encuentro estimulante la controversia acerca de un libro que tiene el mérito de haberse aupado a la condición de best seller en Estados Unidos, pese a ser francés y a que discute asuntos tan exóticos como la curva de Kuznets o las tesis de Solow acerca del crecimiento. El tema central al que Piketty ha dedicado años de investigación es la desigualdad, y la polémica resulta de rigurosa actualidad, aunque en España nos empeñemos en discutir de otras cosas.

Se podía esperar que el neokeynesiano Paul Krugman apoyase en su columna las conclusiones de Piketty. Era imaginable que The Wall Street Journal las denunciara como una versión actualizada del Manifiesto Comunista (sic). Algo está ocurriendo para que este tocho de casi 1.000 páginas despierte tanta atención: la clave está en que el tal Piketty ha pinchado un nervio de la sociedad contemporánea al proponer, o más bien sugerir, correcciones fiscales a la desigualdad.

The Economist valora positivamente las tesis de Piketty. Martin Wolf, el más respetado columnista del Financial Times, las elogia por su coraje, pero el periódico salmón descubre errores de correlación en las tablas Excel que el autor ha publicado online; Piketty los admite, pero responde que para eso las ha publicado, pero que los fallos no modifican su planteamiento. Sibilinamente, la crítica se torna ideológica.

La primera crítica es fácil: el libro se limita a analizar las series históricas de los países ricos, y pone el acento más en los patrimonios que en los ingresos. Esto es lo que hay; ¿alguien conoce estadísticas comparables sobre China, Rusia, Nigeria o México? Precisamente, un lector me envía desde México DF – con citas de Adam Smith, Robert Skidlesky y John Hicks; esto no es un libro de autoayuda, amigos – el siguiente comentario: «aunque en el interior de los países puede haber mayor desigualdad, la equidad total en el mundo ha venido aumentando gracias al desarrollo de países pobres como Corea del Sur y China». Anda, si ya no estamos off topic como dice Manolo.

Lo que creo haber entendido no lo dice Piketty (al menos, hasta la página 270) sino Marc Bassets en El País: «la desigualdad se agravó durante los años de Ronald Reagan en la Casa Blanca – un republicano que creía en la desregulación de los mercados y las rebajas de impuestos – y continuó con Clinton […] Lo peor, el terror a caer por el abismo, a precipitarse hacia una gran depresión similar a la de los años treinta, ha pasado. Y, al contemplar el paisaje después de la tormenta, es cuando surge en primer plano el problema de la desigualdad».

Lamento no poder extenderme. Vuelvo a Piketty para resaltar una frase que sitúa en torno a 1955: Growth is a rising tide that lift all boats. Yo diría, humildemente, que aprenderemos poco de este debate si no empezamos por ver que nuestras economías globalizadas han entrado en una era de estancamiento. O sea que – arrimo el ascua a mi sardina – sin crecimiento no se venderán smartphones ni tabletas, o no se venderán en la cuantía que las empresas necesitan para saciar el apetito de sus accionistas. Lean mi crónica de hoy, y díganme si estoy desbarrando.


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