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  30/03/2015

30Mar

Se ha puesto mucho énfasis, a mi entender demasiado, en la remuneración que cobrará la nueva CFO de Google, Ruth Porat, pero la noticia tiene otros matices de interés. Después de 30 años de carrera en Morgan Stanley, Porat será la nueva CFO de una empresa cuyo valor en bolsa es de 380.000 millones de dólares y que disfruta de una tesorería de 65.000 millones líquidos. Por ocuparse de tamaña responsabilidad, recibirá un salario anual de 650.000 dólares, más 5 millones de prima inicial y acciones por valor de 65 millones en dos tramos que podrá ejecutar entre 2016 y 2019. ¿Es mucho dinero? Desde luego que sí, pero no le envidio la faena.

Su antecesor, Patrick Pichette, ha dejado la compañía con una carta en la que declara «después de siete años, dejo Google para dedicar más tiempo a mi familia». Si uno toma en serio lo que se escribe en Twitter (yo, no), pocos creen que un tipo de 52 años, que ganaba un salario cien veces superior a la media estadounidense, tenga realmente ganas de gozar de la vida y de la fortuna que habrá amasado. Eso sí que es envidia. Y sexismo: ¿se burlarían igual si Porat, una mujer de mediana edad, dejara su puesto en Wall Street para buscar otro equilibrio en su vida privada?

Lo curioso es que en los últimos tiempos, varios directores financieros han cambiado de aires. Anthony Noto ha dejado Goldman Sachs para hacerse cargo de las finanzas de Twitter. El veterano Peter Oppenheimer se ha retirado de Apple y su puesto de CFO ha sido ocupado por Luca Maestri, hasta entonces controller de la compañía. ¿Tiene algún significado tanta coincidencia?

No hay duda alguna de que hay un factor económico. Todavía no se ha publicado cuánto ganó Porat en 2014, pero según el informe de Morgan Stanley a la SEC, su remuneración de 2013 fue de 10 millones de dólares. Además, acumula 10 millones en acciones que no ha vendido.

Pero, francamente, la tarea que espera a Porat no será menos estresante que la de llevar las finanzas de un banco de inversión. En los dos últimos años, la cotización de Google ha permanecido prácticamente plana, y algunos accionistas han empezado a criticar a Larry Page, cofundador y CEO de la compañía, por lo que consideran inversiones aventureras, en lugar de usar el rico botín para pagar dividendos y retirar acciones del mercado con el fin de elevar la cotización. Se supone (sic) que al proceder del corazón de Wall Street, la nueva CFO sería más sensible a esos argumentos. Un analista de RBC Capital Markets predice «un control más riguroso de los costes y una actitud más transparente hacia los accionistas».

En realidad, la estructura de capital de Google permitiría a Page [así como a Sergey Brin y Eric Schmidt] seguir haciendo oídos sordos a los impacientes. Aun así, el CEO ha explicado que las oportunidades son tan grandes, que lo mejor que puede hacer Google es destinar los ingresos generados por su core business a explotar los nuevos negocios, por exóticos que parezcan a quienes sólo piensan a corto plazo.

Poco se ha escrito sobre otro problema que encontrará la nueva CFO. Google genera fuera de Estados Unidos el 56% de sus ingresos, lo que redundará, mientras el dólar siga en su nivel actual, en no menos de 500 millones de dólares negativos en su cuenta de resultados de cada trimestre. El remedio a esa situación no está en sus manos; lo más que puede hacer Google es comprar empresas extranjeras.

Una interpretación de la mudanza de Ruth Porat predica que Wall Street va perdiendo importancia mientras la gana el Silicon Valley. Es verdad que la banca está sometida a nuevas regulaciones y que las remuneraciones de sus ejecutivos son objeto de escrutinio público. Un CFO de Wall Street vive pendiente de los riesgos, mientras en una compañía de la generación de Google su mayor problema sería el uso más adecuado de la desbordante liquidez. Tomo nota de que el analista de Morgan Stanley Benjamin Swinburne, que habitualmente escribe sobre Google, opina que la mayor contribución de Porat a su empleador puede ser la habilidad demostrada para moverse en los contextos regulatorios adversos.


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