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  30/05/2012

30May

El descalabro de Facebook en su salida a bolsa podría tener consecuencias que ni el más escéptico imaginaba hace pocos días. Los inversores minoristas, un colectivo de millones de individuos en Estados Unidos, han empezado a proclamar su desconfianza acerca del funcionamiento del mercado bursátil. Su argumento es fácil de entender: bancos, brokers, inversores institucionales y directivos de Facebook, han ganado millones, de dólares, mientras ellos han perdido dinero . Sospechan que no es la primera vez que ocurre – aunque no en esta magnitud – y se temen que volverá a ocurrir, a menos que los reguladores intervengan.

Por supuesto, hay fundamentalistas que sostienen que el rigor de la regulación – acentuado tras el fraude de Enron en 2001 – explica por qué las salidas a bolsa se organizan de modo que inicialmente favorecen a los enchufados, dejando los riesgos a cargo del inversor despistado. A fortiori, del argumento se desprendería la conveniencia de rebajar el rigor de la regulación. The Economist teorizaba días atrás sobre el desprestigio al que se están condenando las empresas cotizadas, una fórmula inventada en el siglo XIX para capitalizar el desarrollo de la industria, y de la que con muchas mañas se han valido ciertas empresas de Internet, convencidas de estar alumbrando una nueva sociedad.

Otra perversión del “capitalismo popular”, que no es nueva pero ha alcanzado su cénit desde la OPV de Google, es el poder omnímodo de los grupos de fundadores, que acumulan un poder de voto inalcanzable para el resto de los accionistas aunque se pusieran todos de acuerdo. Esta es, ni más ni menos, la receta de Mark Zuckerberg. Ahora salta la duda de si otras empresas que esperaban salir próximamente a bolsa a rebufo de Facebook, lograrán repetir el truco o si el público, ya avisado, verá el doble fondo de la chistera.


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