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  4/07/2014

4Jul

No puede ser casualidad, sino tendencia. En la misma semana, dos autores – el proteico Michael S. Malone y mi apreciado Richard Waters – han coincidido en plantear la misma cuestión: tres gigantes californianos que durante años han sido capaces de inventar productos y servicios revolucionarios, parecen haber consumido sus energías innovadoras y no encuentran otro modo de seguir creciendo que usar la riqueza acumulada para comprar compañías jóvenes que les aportan esa savia creativa que a ellas les está faltando. Los tres gigantes son Apple, Google y Facebook.

Los cito por orden de aparición en el mercado, pero el planteamiento de Malone empieza por el más joven de los tres. La adquisición de What´sApp no sería un golpe de locura de Mark Zuckerberg sino un método, que ya aplicó en la compra de Instagram, por la que pagó 1.000 millones en 2012. Desde entonces, el número de usuarios de Facebook creció un 4% [lo que ha dado pie a espabilados sociólogos para afirmar que los milennials se aburren y empiezan a desertar] pero los usuarios de Instagram crecieron un 29%, lo que asegura que el negocio inventado por Zuckerberg seguirá rodando. Al mismo método respondería la compra de What´s App: ya que no hay mucho más que pueda hacer con Facebook, ¿por qué no invertir en algo nuevo? De hecho, Facebook ha cambiado de naturaleza, pasando a ser un holding de marcas que requieren diferentes estilos de gestión, por lo que Zuckerberg ha optado por dejar que funcionen por separado.

Malone escribe que ha visto antes un fenómeno similar en la industria farmacéutica: las compañías jóvenes de biotecnología han desarrollado casi todo lo nuevo, han soportado el procedimiento de aprobación y, una vez que estaban a punto para comercializar sus innovaciones, han sido adquiridas por uno u otro de los colosos, siempre apremiados por ganar tamaño [luego dirán que el precio de los medicamentos se justifica por sus costes de I+D, pero muchas veces se trata de costes de adquisición].

En palabras de Waters, «aquí, en el Silicon Valley todos se llenan la boca con las palabras ´innovación` y ´disrupción`, pero la fuerza motriz de la expansión de estas tres empresas es la lógica del alcance, la escala y la diversificación, que sustituyen el dinamismo de los primeros años».

Apple, que en vida de Steve Jobs produjo tres hitos – iPod, iPhone, iPad – lleva cuatro años dando a entender que tiene algo igualmente ´disruptivo` en camino. Según especulaciones alentadas desde Cupertino, el próximo hito sería el iWatch, ya se verá. En estos cuatro años, Tim Cook ha comprado 30 empresas, la última de ellas, Beats, a un precio que habrá hecho temblar la tumba de Jobs . «Con iTunes, Apple hizo mucho más que ninguna otra compañía por inventar el negocio de la música digital, pero el servicio ha perdido la claridad de su marca para transformarse en [una especie de] supermercado del entretenimiento, y ha perdido su ímpetu a manos de servicios de streaming como Spotify«.

Google, que presumía de fomentar la inventiva de sus empleados, en la práctica se nutre de la adquisición de 150 compañías [algunas de ellas un sonoro fracaso] con la permanente obsesión de competir con… Apple y Facebook. Varias de sus compras son exóticas, y lo único que revelan es que, como estos rivales, Google es inmensamente rica, porque en la base sigue viviendo de las rentas de su modelo de negocio original.

Atendiendo a esta descripción, el papanatismo que suscita entre nosotros la aparente omnipotencia de estos tres gigantes, merecería ser revisado. O, como mínimo, leer a otro autor y emprendedor, Salim Ismail, citado por Malone, del que dice que describe una nueva generación de «corporaciones exponenciales»: empresas que crecen 10 veces más rápido que la media, pero que no están estructuralmente dotadas para esa velocidad, por lo que su alternativa es fagocitar otras compañías que todavía pueden innovar con rapidez.

Una conclusión implícita en este razonamiento es que bajo su pregonado dinamismo, los conglomerados tecnológicos están cayendo en un estatismo que pueden permitirse porque son ricos. Los precios que se están pagando por algunas startups sólo se justifican por la expectativa de los inversores que las respaldan de que, en algún momento y en un número suficiente de casos, serán premiados con una oferta que no van a rechazar de ninguna manera.


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