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  18/01/2011

App Store: no es oro lo que reluce

Prospere o no, la demanda presentada por Microsoft contra Apple por la inscripción como marca propia de la denominación App Store, es más que una anécdota: confirma que las tiendas de aplicaciones se han convertido en el medio dominante de distribución de software. Para algunos, la ola es imparable y sin vuelta atrás; para otros, las aguas volverán a su cauce. Por ahora, gana estadísticamente la primera tesis: el mercado mundial de aplicaciones para móviles de 2010 se ha estimado en unos 6.000 millones de euros [dicen que es de 270 millones en España], casi el doble que en 2009. Y, según proyecciones cuyo método se desconoce, superaría los 14.000 millones en 2013.

Lo que nadie osaría discutir es que todo empezó con Apple en 2007. Antes del iPhone, se vendían millones de smartphones con capacidad de acceso a internet, pero la nueva posibilidad de descargar aplicaciones desde su tienda App Store – abierta en marzo del 2008 – cambió las reglas del mercado. Ya hay más de 300.000 títulos disponibles para el iPhone, y dos de cada tres son de pago, a una media de 2,4 euros. La semana pasada, rozaba los 10.000 millones de descargas; la mayoría son prescindibles, por lo que la media de uso real no llega al mes: es notorio que, pasado el primer disfrute, el consumidor las abandona por otras más atractivas, que abandonará pronto por otras. Es difícil discernir, por tanto, si se trata de un modelo de negocio estable y duradero o de un fulgor pasajero.

Tras un despiste inicial, todos los competidores de Apple lanzaron sus propias plataformas para desarrollo y distribución de aplicaciones. Google, el más pujante, le sigue con unas 200.000 aplicaciones disponibles en su Android Market; pero la segunda en número de descargas es GettJar, independiente de marcas y sistemas operativos. Nokia cuenta con OviStore, y BlackBerry y Microsoft tienen las suyas. Muchos operadores tratan de no quedar descolgados, pero no aciertan con la fórmula. Porque este negocio se mide por dos parámetros: 1) la captación de programadores (que determina el volumen de la oferta en cada tienda), y 2) la atracción para un alto número de consumidores activos (decisiva para que los desarrolladores ganen dinero). En medio, está la delicada cuestión del pago, porque en la práctica no son muchos los creadores que `monetizan´ su esfuerzo.

Apple reúne mejor que nadie esas dos dimensiones, y sobre ellas ha montado un modelo de negocio muy eficaz: a cambio de acoger sus productos en la App Store, somete a los desarrolladores a rigurosas normas de control – una obsesión que es marca de la casa – y si muchos se resignan es porque no tienen mejor alternativa económica. En Android, en principio una plataforma más abierta, prevalecen las aplicaciones gratuitas que aspiran – y no siempre lo consiguen – a financiarse con publicidad. No es la única diferencia entre las dos tiendas rivales: mientras Apple tiene un sistema de pago muy bien rodado, Google se ha empecinado en promover el suyo, Checkout, que no ha calado entre los consumidores. También influye la fragmentación de Android entre docenas de móviles con varias versiones del interfaz y diversidad de tamaños de pantalla, memoria y procesadores, que obliga al programador a dedicar más horas para adaptar su producto. En cambio, el sistema operativo del iPhone es un entorno homogéneo. Aun así, se prevé que la proliferación de móviles Android adelantará pronto al iPhone – ya lo ha hecho en Europa – lo que debería reflejarse en el mercado de aplicaciones.

Los escépticos sostienen que cuando haya pasado la manía de descargar compulsivamente aplicaciones, la mayoría de los usuarios seguirá fiel a los navegadores, y la próxima generación de móviles potenciará a partir de este año el acceso a servicios web y contenidos en streaming (música y vídeo que residen en un servidor y no ocupan espacio en el dispositivo).

En la actual oferta de aplicaciones, abruma la cantidad de juegos. El más vendido para el iPhone – y también para Android – es Angry Birds, tontorrón pero adictivo, que ha hecho ricos a sus creadores finlandeses; las cuatro aplicaciones que siguen en el ranking también son juegos. Entre las gratuitas, Angry Birds es la segunda (precedida por Facebook), un exponente del modelo de negocio freemium, en el que la versión gratuita y light actúa como gancho para que una minoría suficiente de usuarios se pase a la de pago.


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