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  15/04/2016

Google también se equivoca

La necesidad de diversificación puede inducir a errores, sobre todo cuando sobra el dinero. Enero 2014: Google paga 3.200 millones de dólares por Nest Labs, cuyo mérito es que la situaría en la punta de lanza de Internet de las Cosas y abriría las puertas de un mercado muy prometedor, el del hogar ´inteligente`. Su único producto era un termostato conectado a Internet, pero lo que en realidad compraba Google era el presunto talento de Tony Fadell, fundador de Nest que venía con la reputación de haber sido uno de los varios «padres» del iPod. Cierta o no, esa paternidad valió para que los cronistas ansiosos encumbraran a Fadell como «el próximo Steve Jobs». Se ve que no ha dado la talla.

Tony Fadell

Tony Fadell

En su momento, la compra de Nest Labs fue presentada como una maniobra genial de Larry Page, entre otras porque tenía el propósito de escapar, siquiera en parte, a la dependencia de la publicidad online. El centro del hogar ´inteligente`, que otros creían ver en el entretenimiento, para Fadell debería estar en la seguridad y la domótica. Cuando Google se convirtió en un conglomerado rebautizado Alphabet, se dio por seguro que a Fadell le estaría reservado el liderazgo de una filial autónoma, con la misión de enmendar el papelón de las Google Glass. Pero lo que llegó fue la disciplina de una CFO con mando en plaza, Ruth Porat.

Dentro de un holding de compañías especializadas en áreas de negocio, Nest pudo haber salido beneficiada, con la absorción de proyectos afines al concepto de smart home. En los hechos, Porat ha bajado los humos de los responsables de varios proyectos – los pretendidos «disparos a la luna» – que, alumbrados por la experimentación, tienen dificultades para acoplarse a una estrategia enmarcada en objetivos comerciales, presupuestos, rendición de cuentas y plazos. Ya no hay cabida para visionarios empedernidos [hasta el cofundador Sergey Brin parece estar eclipsado, aunque no menos rico].

No basta una marca, ni el renombre de Google, para insuflar vida a un mercado si sus productos son de dudoso interés real para los usuarios – vaya como ejemplo, lo que le pasa a Apple con su smartwatch – y otras marcas con gran potencia de marketing, como Samsung y Huawei, ya disponen de productos de smart home. La realidad es que el hogar inteligente – y otras ideas parecidas – tiene una prioridad baja en la llamada «escala jerárquica de necesidades» de Maslow. El catálogo de Nest sigue dependiendo del termostato original, para el que ha mejorado la app. Presionado para arroparlo con una familia de productos complementarios, Fadell optó por acelerar el desarrollo de un protocolo de comunicación inalámbrica, Thread (una especie de Bluetooth de más alcance y bajo consumo, pero no estandarizado) para asociarlo con una línea de sensores ideados antes de vender su empresa.

Nest necesita un hub para que su estrategia de hogar inteligente sea creíble: es cierto que tenía un producto para ese fin, Revolv, un controlador cloud para diferentes gadgets – desde luminarias a cafeteras – a través de una aplicación para smartphone, pero depende de un servicio cloud, y la demanda ha sido tan floja que Revolv será «discontinuado». Esta es – dicho sea de paso – una advertencia de lo que podría pasar a los compradores de otros gadgets conectados, si un día el fabricante los deja colgados (o, mejor dicho, descolgados de la nube), puede que su controlador no sirva para nada. Un mal precedente para las esperanzas puestas en IoT, otra tierra prometida.

El caso es que Nest no iba mal: llegó a facturar 340 millones de dólares en 2015, aunque es verdad que debe la cifra a las ventas generadas por la adquisición de Dropcam, una startup que costó 555 millones de dólares. Esta ya tenía en el mercado una cámara de seguridad de cierto éxito, y estaba a punto de lanzar otra. Pero, según un exhaustivo reportaje de la web The Information, este proyecto se empantanó por la intransigencia de Fadell, que una y otra vez rechaza los desarrollos de los ingenieros de Dropcam.

Investido por Page de plenos poderes para tejer y destejer a su antojo, Fadell parece haberse convencido de que es realmente «el próximo Jobs». Se achaca el estancamiento de Nest a los constantes rediseños que exige a sus colaboradores, con los peores modales. Más de la mitad del personal de Dropcam desertó de su nuevo empleador, y el esperado segundo producto fue descartado porque se superponía con otro que Nest tenía en proyecto.

En un enojoso cruce de declaraciones filtradas a la prens, Fadell descalificó a los empleados de Dropcam [«valen mucho menos de lo que creen valer»] y el fundador de esta, Greg Duffey, le tachó de «tirano burócrata» en una carta a Larry Page; al no recibir respuesta, optó por rescindir su contrato. Según el autor del reportaje, incluso el antiguo socio de Fadell, Matt Rogers – también veterano de Apple – se ha quejado de que lo obligara a cancelar su luna de miel para completar un proyecto que, como otros, no se materializó. Rogers y otros colaboradores sólo esperarían a que se cumpla el plazo contractual para liquidar sus opciones y largarse. Menudo disgusto se llevaría Page si ficharan por Facebook, Amazon o Microsoft. O si volvieran a Apple, es un decir.

Por chusco que pueda parecer, el episodio no es excepcional en esta industria en constante combustión de egos. Un mal signo para Fadell es que Alphabet denegó su propuesta de hacerse cargo del desarrollo de un sistema que debería competir con Echo, el asistente personal de consumo diseñado por Amazon. El pacto de tres años entre Page y Fadell, durante los cuales Nest recibiría apoyo estimado en 500 millones anuales, está llegando a su extinción; si para finales de 2016 Nest no tradujera las buenas intenciones en un plan de negocio definido y atractivo, con perspectiva de rentabilidad, Alphabet le cortará el grifo. Y a otra cosa, mariposa.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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