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  6/04/2015

La imagen es lo que cuenta

Decir que las cámaras compactas tienen los días contados, es un tópico cansino, que apenas roza el problema. Es cierto que los smartphones ofrecen una calidad fotográfica razonable, se llevan siempre encima, con lo que no se pierden oportunidades de captar una imagen. Y que los modelos recientes han mejorado sustancialmente la velocidad de proceso y llevan una lente más luminosa. Todo esto es sabido, pero habría que preguntarse por las consecuencias para la industria, que es de lo que trata este blog. La respuesta más simple es que según IDC, las ventas de cámaras digitales cayeron un 30% en 2014, otro paso en su decadencia, al mismo tiempo que las ventas de smartphones crecían un 27,6%.

Si se mira más profundamente, el impacto se nota en el mercado de los sensores de imagen. Durante tres décadas, Sony ha sido el primer suministrador de sensores CCD (charge-coupled device), pero acaba de anunciar que dejará de fabricarlos en 2017 y que, en cambio, centrará sus fuerzas en la tecnología CMOS (complementary metal oxide semiconductor), un paso lógico si quiere prolongar aquel liderazgo.

Los sensores CMOS han ganado popularidad gracias a los smartphones. En las cámaras, las marcas punteras los han adoptado hace tiempo, porque ofrecen más calidad de imagen, sensibilidad, rango dinámico y velocidad. No obstante, Sony promete no dejar tirados a sus clientes: cuando cierre la planta de CCD, tendrá inventario suficiente para alimentar el mercado hasta marzo de 2020, fecha en la que se estima que las cámaras actuales habrán alcanzado el final de su ciclo de vida ´natural`.

Para Kazuo Hirai, presidente de Sony, los sensores de imagen son una pieza clave en la ineludible reorganización de la compañía: Sony es el suministrador de CMOS para los iPhone, y no hay síntomas de que Apple piense en cambiar de proveedor o autoabastecerse, ni va a añadir otro componente a su dependencia de Samsung. Por tanto, Hirai invertirá 894 millones de dólares en una nueva planta de producción de CMOS. Por su lado, Samsung, según un informe de Strategy Analytics, se aupó en 2014 al primer puesto con una cuota del 28,5% en los sensores de imagen CMOS. El tercer competidor es la empresa californiana OmniVision, con una capacidad muy inferior.

Sony ve en estos sensores de imagen otra clientela ansiosa, la industria de automoción: cuanto más autonomía adquieran los coches en los próximos años, más cámaras llevarán a bordo. Un estudio de IHS ha calculado que los fabricantes de automóviles comprarán 102 millones de cámaras en 2020.

Pero, hoy por hoy, los smartphones dominan la agenda. Hace unos años, el mercado vivió una guerra promocional en torno a los millones de pixeles que ofrecía el sensor de un smartphone; se repetía un argumento de marketing usado antes con las cámaras. Al principio, en los móviles la cámara era un accesorio, y para que consumieran poca energía y reducir su tamaño, los sensores CMOS eran la solución ideal. En cambio, en las cámaras digitales se primaba la calidad que sólo se conseguía con un CCD. El progreso de la tecnología ha conseguido que ambas categorías lleven CMOS.

Claro está que, comercialmente, el número de pixeles es un factor atractivo, pero no un indicador concluyente de calidad de la imagen. El tamaño del sensor es fundamental, como lo es el diámetro del objetivo, dos factores asociados. La luz ambiental llega al sensor a través de la lente y se requieren muchos pixeles en el sensor para captar las distintas partes de una escena, aunque más importante que el número de pixeles es que estos tengan un cierto tamaño; de lo contrario sólo recogerán ´ruido digital`.

En la compulsión contemporánea por los smartphones [selfies, Instagram, Snapchat, etc], juega un papel fundamental su cámara integrada. Los fabricantes que quieren destacar la calidad fotográfica de sus productos esgrimen parámetros como la apertura del objetivo (su luminosidad) o la rapidez del disparo que, proclaman, permite capturar «el instante preciso» o fotografiar escenas poco iluminadas. De todos modos, los smartphones tienen un límite: el tamaño del sensor y del objetivo deben ser necesariamente muy pequeños, y no se les puede poner un zoom óptico potente. Por esto, y por razones sociológicas, los usuarios amantes de la fotografía prefieren usar cámaras avanzadas o con objetivos intercambiables, reservándose el smartphone para usos en los que la espontaneidad importa más que la calidad.

El progreso de los sensores CMOS y también el de las ópticas han sido espectaculares, llevando a que se consigan imágenes de calidad a pesar de que el sensor tenga muy pocos milímetros de ancho y el conjunto de la cámara del móvil no sea más grande que un dado de parchís. El chip asociado, que procesa la imagen, va a velocidades de vértigo: ahora incluso se pueden hacer ráfagas con un smartphone. La cuadratura del círculo que supone poner el sensor y el objetivo dentro de un aparato tan fino como los últimos smartphones, es posible, dentro de ciertos límites. En el Mobile World Congress pudieron verse tres conceptos distintos de lo que se puede lograr con un smartphone en cuanto a calidad fotográfica.

Uno de esos conceptos se plasma en los Galaxy S6 y S6 Edge, de Samsung. Aunque la calidad fotográfica no tendría por qué ser el aspecto más sobresaliente entre otros muy elogiados, se destaca que el objetivo de estos nuevos móviles de la marca coreana tienen una apertura f:1.9 y un procesador gráfico muy rápido con altas prestaciones. La imagen captada se procesa para que sea lo más nítida y precisa, incluso con varios disparos consecutivos, fusionados en una sola imagen. No en vano, los primeros comentarios en Barcelona se centraron en comparas las virtudes fotográficas del Galaxy S6 y el HTC One M9.

Otro ejemplo se llama Lumix CM1, de Panasonic [no llegará a España hasta junio], y resulta revelador que se promocione como «cámara de comunicación»; se trata, efectivamente, de una nueva clase de dispositivo, que mide y pesa como un smartphone convencional, pero Panasonic no lo anuncia como tal, quizá porque no tiene un canal comercial apropiado. Pero es, a todos los efectos, un Android 4.4, con LTE, GPS y pantalla de 4,7 pulgadas. Lo diferencial es que lleva un sensor CMOS de una pulgada en diagonal y 20 millones de pixeles, con apertura variable f:2.8-11. Su problema principal es que la lente es fija, óptima para muchas situaciones pero sin la versatilidad de los zoom ópticos de cualquier cámara avanzada.

De paliar el problema del zoom óptico se ha ocupado Asus, que en el MWC mostró su Zenfone Zoom, el smartphone con tres aumentos ópticos más delgado conseguido hasta ahora. La marca taiwanesa ha construído una lente formada por diez elementos, que da al aparato un espesor de 12 mm. Se trata de una proeza, pero el sensor es diminuto aunque no se indica su tamaño: sólo que es de 13 millones de pixeles y apertura máxima f:2.7.

Se trata, en los tres casos, de un delicado equilibrio entre factor de forma y dimensiones, prestaciones de la función principal y las accesorias, así como del precio del conjunto, a lo que hay que añadir la autonomía del aparato, algo que no se puede dejar de lado. Año tras año, los fabricantes se las ingenian para respetar el equilibrio y maximizar cada una de las funciones. Los consumidores tienen claro que un smartphone es el aparato más versátil y funcional, con el tamaño más cómodo, de ahi su popularidad.

En definitiva, la duda gira en torno al futuro de las cámaras fotográficas. Es verdad que las cámaras compactas sucumben ante los smartphones, pero no basta con repetir lo obvio. Gente propensa a decretar condenas rápidas, tiene decidido que las cámaras han muerto [y algunos ejercicios de marketing jalean esa corriente]. Para los usuarios, las cosas no son tan dramáticas: es un proceso de sustitución que, como tantos otros, llevará tiempo, y no será homogénea en todos los mercados. La diferencia es que, antes, las cámaras salían de casa en fechas señaladas, mientras que el consumidor de hoy no se separa de su smartphone, que no sólo le permite obtener imágenes, sino también la posibilidad de editarlas, compartirlas y almacenarlas.

Los fabricantes de cámaras digitales, que no reaccionaron a tiempo ante la convergencia de imagen y conectividad, afrontan el problema aferrándose a las cámaras todoterreno o outdoor, resistentes y semisumergibles, o en las superzoom con objetivos de rangos focales impensables hace poco tiempo. Las cámaras avanzadas continuarán, porque se necesita contar con una lente grande para hacer fotografías de verdadera calidad. Otra cosa es que fabricarlas siga siendo un buen negocio.

[informe de Lluís Alonso]


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