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  23/07/2018

La multa a Google, llueve sobre mojado

Por segunda vez en poco más de un año, la Comisión Europea ha asestado a Google una sanción multimillonaria por abusar de la posición dominante de su sistema operativo Android. Naturalmente, la compañía recurrirá ante la instancia judicial comunitaria, con lo que espera suspender el plazo de 90 días para abandonar esas prácticas. En todo caso, tendrá que provisionar 4.343 millones de euros en su cuenta de resultados. Que no se diga que es calderilla para una empresa inmensamente rica: la multa equivale al 40% de sus beneficios del año fiscal 2017. Durante mucho tiempo se discutirá la eficacia de una medida que, según los observadores, llega tarde, cuando casi no quedan rivales a los que proteger.

Con el estilo que lo caracteriza, el semanario The Economist da una de cal y otra de arena. Elogia «el activismo de la CE, que contrasta vivamente con la actitud supina (sic) de las autoridades estadounidenses» y a la vez asevera que «ninguna de las acciones antitrust tomadas en los últimos años ha hecho gran cosa para fortalecer las condiciones competitivas».

La CE ha identificado tres áreas en las que Google infringe las reglas que rigen la competencia en Europa. La primera: forzar a los fabricantes afines a Android a preinstalar Google Play como única tienda de aplicaciones; la segunda consistiría en pagarles una cantidad encubierta a cambio de preinstalar Google Search; finalmente, impedir el uso de variantes del sistema operativo no controladas por Google. De este modo, declara la comisaria Margrethe Vestager, Android ha sido instrumento para «cimentar el dominio de su motor de búsqueda, impidiendo que sus rivales tengan la oportunidad de innovar y competir por sus méritos».

Este argumento recuerda al que se esgrimió en los años 90 contra Microsoft por empaquetar obligatoriamente software propio con su sistema operativo Windows. La obligación de dar a los usuarios la opción entre distintos navegadores fue, a la postre, una de las razones que abonaron la decadencia de Explorer y el ascenso de Chrome. Google niega el parangón señalando que Windows era de pago mientras Android es gratuito.

El procedimiento de la CE se inició en 2013 por la denuncia de FairSearch, entidad creada con ese fin por adversarios de Google, entre ellos Oracle y Microsoft (que se retiraría luego discretamente). A diferencia de lo que hizo en un caso precedente – relacionado con la prioridad de los anuncios propios en el comparador Google Shopping – la Comisión ha optado por no recomendar una fórmula correctiva. Vestager, que el año pasado siguió la línea trazada por su antecesor Joaquín Almunia, ha heredado un  fracaso: los comparadores rivales ocupan sólo el 6% de los espacios disponibles para anunciarse en la versión europea del buscador y varios han desaparecido de escena. El recurso en apelación por la multa de 2.425 millones continúa su tramitación – a siete años del comienzo de la investigación – y un tercer expediente, también iniciado por Almunia acerca del sistema de publicidad AdSense, está pendiente de resolución.

Respetada y temida a partes iguales, Margrethe Vestager no se arruga ante los poderes empresariales. Cuando un periodista le preguntó si la eventual separación de Android del resto de los negocios de Google pudiera ser una solución aceptable al conflicto, la comisaria danesa fue tajante: «no creo en las virtudes de las balas de plata». Lo que ahora toca – vino a decir – es que Google ponga fin a sus prácticas anticompetitivas y adopte «remedios» adecuados – que ella no tiene por qué sugerir – de cumplimiento. En referencia a las normas antitrust vigentes, advirtió que corresponde a los legisladores valorar si son apropiadas o no para la era de Internet, pero mientras tanto no caben excusas para la inacción.

El razonamiento es formalmente impecable y probablemente estéril. Es un hecho que Google domina férreamente su ´ecosistema` al ser proveedor en exclusiva del servicio de búsqueda y de la tienda que da acceso a más de un millón de aplicaciones. Gracias a esto, «su cuota de mercado funciona como incentivo para discriminar a sus rivales potenciales». Uno de esos amigos que Google sabe cómo hacer en los medios ha suscrito la estrafalaria tesis según la cual un monopolio no hace daño si es avalado por millones de usuarios.

Google no niega que Android es la piedra angular de su negocio publicitario [espera generar 60.000 millones de ingresos este año, según eMarketer]. Sundar Pichai, CEO de esta rama del holding Alphabet, escribe en su blog que lo que la CE llama restricciones son piezas necesarias para preservar la naturaleza open source de Android. Se trata, según él, de un modelo de negocio cuidadosamente balanceado para evitar la fragmentación del sistema operativo en múltiples versiones incompatibles.

En su meticulosa defensa del modelo, Pichai sugiere que, si Google tuviera que cumplir con las exigencias de la CE, la gratuidad de Android no sería sostenible. Esta gratuidad es, según él, la garantía de que existe competencia entre las marcas sin caer en los defectos de un sistema ´propietario` [alusión a Apple] y esto es lo que permite que los smartphones sean cada vez más innovadores y relativamente más baratos.

El alegato de Pichai contiene una enorme falacia: Android no es realmente open source, ya que obliga a los fabricantes – y de paso a los desarrolladores – atenerse al molde controlado por Google y sus actualizaciones, sin admitir «bifurcaciones».  Las 1.300 marcas que (según Pichai) se adhieren a Android, podrían usar libremente la versión open source – que responde a la sigla AOSP – pero sus usuarios no podrían acceder a las aplicaciones disponibles en Google Play, con lo que se condenarían a la marginalidad.

A título de ejemplo, según comScore, en los cinco principales mercados europeos, Google ocupa seis de las diez posiciones de cabeza en el ranking de aplicaciones descargadas. Encabeza la tabla YouTube, que usan regularmente cuatro de cada cinco usuarios. El navegador Chrome goza de una cuota de mercado del 65% en Europa

Tanto Samsung como Huawei – las dos marcas hegemónicas del ´ecosistema` Android – han considerado la posibilidad de promover sus propios sistemas alternativos, pero recularon ante el incuestionable dominio de Android. Adicionalmente, un objetivo no disimulado de Google ha sido frenar el intento de Amazon de lanzar una variante ´abierta` de Android conocida como Fire OS y asociada a una marca cautiva de smartphones. De hecho, la táctica resultó disuasoria.

En perspectiva, el mayor problema que se le presenta a Google es la ruptura del carácter global de Android. La decisión de la CE afecta exclusivamente a los dispositivos que se vendan en Europa, lo que ya es una complicación para la cadena de suministros de los fabricantes. Como es lógico, se ensancha la brecha con Estados Unidos, donde una investigación similar se cerró amistosamente en 2013. Para más enredo, en China, primer mercado mundial y con fabricantes de primera fila, las autoridades competentes no autorizan el empaquetamiento que exige Google.

La diferencia transatlántica es cada vez más ostensible en materia regulatoria. Pero incluso en Estados Unidos la atmósfera social se enrarece para los colosos de Internet. Donald Trump puede escribir tuits antieuropeos, pero Joseph Simons, quien desde mayo preside la Federal Trade Commission (FTC), se ha ganado la confirmación parlamentaria prometiendo combatir las políticas anticompetitivas de las plataformas tecnológicas. Para septiembre, está convocado un ciclo de sesiones públicas cuya finalidad es determinar qué cambios requiere la regulación para evitar abusos de posición dominante.

Google podría verse expuesta a presiones en su propio país que, quizás, inducirían ajustes en su modelo de negocio. Puede descartarse que ponga precio a su sistema operativo, pero una vez alcanzada la hegemonía que disfruta, podría renegociar las condiciones contractuales firmadas con los fabricantes. La evolución del comportamiento de los usuarios no es menos importante que la innovación tecnológica.

Una buena ocasión se presentará con la rumoreada aparición del sistema operativo que vendría a ser el sucesor de Android, provisionalmente bautizado Fuchsia y cuyo alcance sería más amplio que los smartphones para los que fue creado el sistema operativo original. Randal Picker, profesor de la universidad de Chicago, apunta una idea que sirve de colofón a este post. «Ninguna ley antitrust aguanta el ritmo de avance de la tecnología: ni las empresas privadas ni mucho menos los gobiernos saben predecir cuál será el dispositivo que derrumbe cualquier planteamiento que hoy seamos capaces de enunciar».


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