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  14/06/2013

¿Simulacro o fuego real en la batalla de la 4G?

Aunque finja indiferencia, y diga que la iniciativa de sus dos grandes adversarios es un paripé veraniego, es por demás evidente que en Telefónica preocupa que Vodafone y Orange anden anunciando sus ofertas de 4G con una campaña publicitaria que deja mal parada la imagen del líder del mercado. La prueba se verá en los próximos días, cuando Movistar haga un movimiento que hace apenas unos meses hubiera sido impensable. Como este blog no se inclina por las primicias, lo que el autor intentará en las líneas siguientes es poner la batalla en su contexto: en qué medida podría alterar los equilibrios sobre los que hasta ahora ha girado el mercado español de la banda ancha móvil.

Los lectores saben de qué se trata. Allá por marzo o abril, Orange y Yoigo hicieron correr la voz de que estaban preparando sus lanzamientos de servicios 4G para este año, y los planificaron internamente para el mes de julio; Vodafone decidió adelantarse para comparecer primero en la línea de salida. En los tres casos, las ofertas estarán restringidas a unas pocas ciudades, como es lógico.

A la vuelta del verano debería destaparse la auténtica competencia. Que lo será sólo a medias, porque Vodafone y Orange, aunque compiten comercialmente, tienen un objetivo común y van a compartir sus emplazamientos – como ya hacen en 2G y 3G en gran parte del territorio, pero ahora con más motivo – mientras que Yoigo podría dejarse tentar por la invitación a sumar la infraestructura 4G que está construyendo tan rápido como puede, a una alianza (insólita pero pragmática, presuntamente temporal) con Telefónica. Curiosa fórmula, pero no tan extraña si se piensa en la que rige en Reino Unido, sólo que allá las filiales de Telefónica y Vodafone van de la mano contra sus rivales asociados: dos redes reales de cuarta generación en el país más liberalizado de Europa. La extraña movida de BT, que sin ser operador móvil compra espectro, apunta en la misma dirección.

La filial española de Orange describe con cierta modestia su movimiento en 4G, como una táctica para fidelizar clientes de alto. Vodafone también predica la captura de valor para su oferta de oficina móvil. No están hablando, se entiende, de ese consumidor compulsivo de películas en el que piensan algunas crónicas de prensa. La tarifa es un punto crítico: Vodafone ha definido un suplemento de 9 euros, con período de gracia hasta septiembre, pero difícilmente podría mantenerlo pasada la fecha, porque Orange y Yoigo ya han dicho que su 4G no tendrá recargo. El modelo de negocio presenta claroscuros. Por citar sólo tres: 1) ¿qué espacio quedaría para los operadores virtuales, vencedores en la portabilidad, pero inermes en este nuevo escenario?, 2) ¿podría entrar en el juego Jazztel, que tiene un acuerdo con Telefónica en fibra?, y 3) ¿qué esperar de Ono, que ha comprado espectro para reforzar su papel en la convergencia.

Los anuncios de Vodafone y Orange – esas campañas saturadas más por el logo 4G que por las marcas comerciales – han pillado a Telefónica a contrapié. Tal como ésta pilló a sus rivales el año pasado con su oferta de banda ancha basada en fibra, que les obligó entonces a improvisar un plan de inversiones comunes que parece haber pasado a segundo plano.

El operador ´incumbente` puede proclamar, y de hecho lo hace, que su estrategia central no pasa en este momento por 4G sino por la convergencia, y que la fibra es su apuesta principal; pero esto no implica que pueda quedarse al margen y dejar que sus rivales muevan ficha sin reaccionar. Entre otras cosas, porque acentuaría la pérdida de clientela que revelan las cifras disponibles.

La pregunta del millón es: ¿van en serio los competidores de Telefónica? Todas las hipótesis de despegue de 4G en España se basaban, en principio, en que la banda de frecuencia de 2.600 MHz, de cobertura débil y sólo apta para ciertas áreas urbanas, no debería ser la primera opción – aunque todos pujaron por ella en la subasta – y la otra banda hoy disponible, la de 1.800 MHz, está en su mayor parte ocupada por los servicios con más antigüedad. Lo aconsejable parecía esperar al dividendo digital, que tiene un plazo legal límite de enero de 2015, pero lleva retraso porque la reestructuración de la TDT ha complicado los planes para liberar las frecuencias de 800 MHz. Estas son las realmente adecuadas para la banda ancha móvil: mucho del tráfico de datos se origina en el interior de los edificios, donde los 2.600 MHz son normalmente inútiles.

Si se trataba de esperar, todos deberían haber esperado, pero era mucho pedir en las condiciones del mercado español. Los datos son lo único que crece en el negocio de la telefonía móvil, y tampoco crecen tanto, culpa de la crisis. Pero es en ellos donde hay que asegurar el sostenimiento del negocio, y la 4G ha nacido para eso, no por un prurito de rapidez. Al final, queda la impresión de que Telefónica era la única que estaba dispuesta realmente a esperar, precisamente porque «nuestra estrategia central pasa por la convergencia, etc».

Parece que tan en serio se tomó Telefónica la conveniencia de frenar, que aparte de despliegues selectivos, apenas se molestó en pedir ofertas a los suministradores de red. Consideraciones financieras pueden haber tenido algo que ver, pero el resultado es que a estas alturas le sería difícil correr tanto como dicen estar corriendo sus competidores. Así surge la sorprendente posibilidad de que el primero del mercado se una al cuarto – el mérito de la primicia corresponde al colega Nacho del Castillo – para combinar las infraestructuras de ambos en 4G y lanzar una oferta común.

Pero tal vez el apaño no se limite a 4G: una debilidad de Yoigo – en parte motivada por las dudas de su accionista de control – es que a diferencia de Vodafone y Orange, no le ha interesado tener oferta de banda ancha fija. Aquí es donde entran ganas de sospechar que hay algo más en juego: ¿es posible pensar en Yoigo como revendedor de Movistar Fusion?

Y la pregunta del medio millón es esta otra: ¿existe demanda para 4G hoy en España? Suena a herejía sugerir siquiera que una tecnología que en mayo superaba los 100 millones de usuarios en todo el mundo, con 163 redes activas en 70 países, pudiera seguir retrasándose en España. En medio está la crisis, que afecta la demanda y limita la ambición de invertir, pero esta batalla no deja de ser un caso interesante, que desafía la forzada fragmentación que la regulación europea ha mantenido contra viento y marea. Tal vez el caso español, como el británico, podría inducir otros experimentos en otros países de Europa.


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