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  11/11/2016

11Nov

Sólo una vez conseguí resolver el cubo de Rubik, pero fue gracias a que alguien me mostró cómo hacerlo. Inmediatamente perdí el interés en el puzzle, y hasta hoy. Treinta y dos años después de la invención de Erno Rubik, todavía se venden 10 millones de copias «legales» cada año. El adminículo ha salido en las noticias esta semana por un par de razones sin relación recìproca. La primera informa que un nuevo récord de rapidez en la resolución del cubo ha sido batido por un robot. El acontecimiento fue escenificado en la feria Electronica, que estos días se celebra en Munich, como acto de promoción de la empresa Infineon acerca de sus chips para Internet de las Cosas.

El robot Sub-1 [qué nombres tan aséptico], equipado con un microcontrolador de Infineon, cumplió con lo programado: tardó 0,637 segundos para realizar 21 movimientos, batiendo así la marca de 0,997 segundos apuntada por otra criatura artificial, un modelo anterior con diferente procesador del mismo fabricante alemán de semiconductores. La hazaña ha consistido en que, al pulsarse un botón, los sensores del robot transmiten órdenes a seis micromotores, uno para accionar cada cara del cubo. La World Cube Association, (WCA), órgano que regula las competiciones basadas en el invento de Rubik, verificó el procedimiento, pero no había ningún enviado de la organización Guinness World Records, que debería validar internacionalmente la marca.

El objetivo verdadero de Infineon tenía poco que ver con la pasión obsesiva que durante décadas ha movido a los aficionados a buscar atajos para resolver siempre más rápido el famoso puzzle en tres dimensiones. Según un portavoz de la compañía, se trataba de una metáfora de la construcción de un sistema digital. Más precisamente: «queríamos mostrar que la microelectrónica puede resolver problemas con gran eficiencia, y que este puede ser el caso en la conducción automática, uno de los campos en los que nuestros procesadores ofrecen latencia muy baja y son altamente fiables».

Desde la universidad de Sheffield, un experto británico en inteligencia artificial ha restado mérito al show de Infineon. «Las soluciones al cubo de Rubik son algoritmos, y la velocidad del Sub-1 para calcularlos es ciertamente impresionante, pero no es razonable trasladar el éxito a los problemas que plantea el coche autónomo: la conducción autónoma es un entorno abierto a un número extraordinario de circunstancias imprevistas. La parte más complicada es cómo procesar la información de múltiples sensores y determinar en cada momento qué situación detectada requiere una acción y cuál debe ser ignorada». La velocidad del procesador ayuda, vino a decir, pero es sólo una parte del problema. .

Desde luego, el robot de Infineon juega con ventaja. Hasta ahora, el récord oficial de resolución humana está registrado en 4,904 segundos y fue establecido por un quinceañero en 2015. Hace poco, otro joven completó la faena en 4,74 segundos, pero todavía no ha sido avalado oficialmente.

Curiosamente, esto ocurría la misma semana en la que el tribunal de justicia de la Unión Europea debía sentenciar sobre la protección jurídica del cubo de Rubik contra copias no autorizadas. La cuestión consistía en decidir si Seven Towns, empresa británica que representa los intereses de Erno Rubik, pudiera seguir defendiendo su exclusividad sobre el diseño de este, bajo un régimen – la marca registrada – que no se rige por los principios de la propiedad intelectual. Pero ayer la corte sentencio que una marca no puede ser invocada para cubrir una forma «a menos que esta produzca un resultado técnico singular».

El régimen de marca registrada (trademark) no puede servir para proteger una tecnología reforzando la vigencia de una patente. En el caso del cubo de Rubik, dice el argumento, no es la forma sino el algoritmo subyacente lo que determina los distintos modos de resolver la rotación de sus caras coloridas.

El tribunal ha recogido la opinión del abogado general – como es habitual – lo que impide a Rubik y sus licenciatarios que no pudedan llevar a los tribunales a los imitadores – en su mayoría chinos – que comercializan imitaciones del invento. Hay precedentes que van en esa dirección o la contraria: la firma danesa Lego obtuvo el año pasado una sentencia favorable que protege sus diminutas figuras características. Pero hace seis años, Lego había perdido un litigio sobre sus no menos caracteríticos bloques, sobre la base del argumento de que la forma no produce un resultado técnico. Puede parecer una minucia de leguleyos, pero lo cierto es que está en juego un negocio global y un precedente para otros mercados.


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