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  15/01/2014

15Ene

Los ecos de la compra de Nest Labs por Google van a llegar lejos. Por el monto de la transacción: 3.200 millones de dólares pagaderos en cash. Por la ambición grandiosa que pone de manifiesto. Y, cómo no, por la inquietud que empieza a crecer acerca de las verdaderas intenciones de Google.

Vayamos por partes. Nest es una creación de dos antiguos ingenieros de Apple, Tony Fadell y Matt Rogers, que salió a la superficie en 2010, con su primer producto, un termostato doméstico conectado a Internet. De inmediato llamó la atención por su aspecto minimalista, que hubiera podido firmar Jony Ive, el diseñador favorito de Steve Jobs. No extraña: a las órdenes de Ive, Fadell fue uno de los inventores del iPod, producto que en 2001 inició una nueva era para Apple; Rogers estuvo involucrado en el software de los primeros iPhone. Ambos dejaron la compañía en 2008.

¿Realmente vale 3.200 millones una startup que se ha dedicado a renovar conceptualmente un accesorio tan nimio como el termostato y luego otro, un detector de humo? Depende. Cuando Nest cerró su última ronda de financiación por 150 millones de dólares, se calculó que equivalía a una valoración no inferior a 2.000 millones. El sobreprecio, si lo hubiera, tampoco es raro en Google, después del desatinado precio que pagó por Motorola.

Hay por medio un factor subjetivo. Habida cuenta de los antececentes de Fad del y Rogers, muchos esperaban que un día volverían al redil de Apple para contribuir con Nest a la búsqueda de esos nuevos productos que la marca de la manzana necesita para relanzar su catálogo en otra dirección innovadora. En esa hipótesis interfirió Google, que apoyó financieramente a la pareja a través de su rama de venture capital. Esto le ha permitido seguir los progresos de Nest e imaginar qué otros productos podrían salir de su genio. Así que la transacción es completamente lógica.

Si se reconoce que somos cada vez más permeables – algunos todavía resistimos – a vivir nuestra vida cotidiana en un escaparate online, es obligado aceptar que Google es quien mejor ha sabido transformar esa perversión contemporánea en un modelo de negocio muy rentable. Su estrategia es transparente: expandir sus algoritmos más allá de los ordenadores y los móviles, penetrar en el salón, en los coches y hasta en el cuerpo humano, lo que lleva directamente a la sospecha de que todo lo hace con una misma finalidad: recopilar datos sobre los hábitos de los usuarios. Nest y sus productos añaden la dimensión del Internet de las cosas o, en una acepción inmediata y tangible, la «casa inteligente».

No es la primera vez que Google se asoma a esa ventana. En 2011 anunció un proyecto con Lighting Science para desarrollar bombillas conectadas – de lo que no volvió a hablarse – y se sabe que internamente ha trabajado en un termostato inteligente apodado Energy Sense, con el que pensaba cubrir sus necesidades de optimización de su enorme consumo de electricidad en sus centros de datos.

Para una empresa como Google, que se enfrenta a una larga cadena de acusaciones sobre su gestión de la privacidad de los usuarios, esta nueva dimensión reabrirá las suspicacias sobre su condición de Gran Hermano. En su blog, Tony Faddel procura apaciguar escribiendo que la política de privacidad de Nest ha sido siempre respetuosa de la información privada sobre los usuarios, que mantiene escrupulosamente en el ámbito de lo doméstico. Quizá sea un motivo por el que Nest no se integrará en Google sino que funcionará como empresa y marca separadas.

Lo que no han dicho las partes, pero se puede suponer, es que los recursos de Google permitirán a Nest Labs desarrollar nuevos productos ´revolucionarios` y llevarlos al mercado en un volumen que por sí sola no podría alcanzar, incorporarlos a una serie de accesorios que Google ya ha anunciado: Google Glass y Chromecast, por ejemplo, podrían servir al mismo propósito de meterse en cada aspecto de nuestra existencia cotidiana.


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