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  19/10/2017

19Oct

R.F, quien se describe como seguidor de este blog desde 2011, no está de acuerdo con el post del lunes, en el que aprecia una crítica «sesgada» contra Facebook a la vez que una ocultación de las perversiones de Twitter. Escribe con tanta convicción y sensatez que me ha parecido oportuno compartir la conversación con otros lectores. De lo único que me arrepiento es del titular, que desvía la atención hacia un detalle menor.

En primer lugar, el post no era una crítica sino una crónica basada en hechos y en fuentes; al menos esto pretendía, y si no se ha entendido será por mi torpeza. Segundo: hace bastante tiempo, mucho antes de este escándalo, en mi newsletter [que es, por así decir, la parte de opinión del blog] he descrito como un error la terca resistencia de Facebook a ser equiparada con los medios de comunicación.

Todas las encuestas que conozco, incluída una que Facebook hizo con fines de marketing, confirman que muchos millones de personas en todo el mundo, no consumen otra información exterior a sus vidas que la que reciben a través de la red social. Es un punto a favor de Facebook, pero de tanto insistir en su naturaleza comunitaria acaba por falsear la realidad de lo que ha llegado a ser.

Ya digo, no pasará mucho tiempo antes de que las autoridades lleguen acá o allá a la conclusión de que es hora de aplicar a Facebook reglas no muy distintas de las que rigen la ética de los medios, con las debidas salvaguardas de derechos. Si Mark Zuckerberg se hubiera inspirado en esas reglas – que, al menos en el mundo desarrollado, no coartan la libertad de expresión – se habría evitado disgustos, pero él prefiere seguir alimentando la letanía de que está construyendo un mundo mejor.

Me interesa más el segundo reproche de R.F. No soy fan de Twitter ni mucho menos. No he compartido las fantasías sobre el llamado ´periodismo ciudadano` cuando estuvieron de moda. Ciertamente, Twitter cumplió un papel de agitación en la primavera árabe, pero la frustración del fenómeno viene a demostrar que la democracia no se consigue a golpe de tuit.

Precisamente en estos días, pillada a contrapié por la que está cayendo sobre Facebook – que es de distinta naturaleza –  Twitter ha extremado su celo procediendo a congelar la cuenta de la actriz Rose McGowan, una de las víctimas del abusador sexual Harvey Weinstein. Ya había bloqueado los mensajes de un candidato republicano; en ambos casos, pretextando el uso de palabras «inapropiadas», con connotaciones sexuales. Luego se retractó ante la protesta de un buen número de usuarios y rehabilitó los perfiles.

Jack Dorsey, cofundador y CEO de Twitter, ha reaccionado prometiendo que se aprobarán nuevas reglas sobre contenidos en los próximos días. Me atrevo a decir que lo tiene crudo si quiere desterrar los malos hábitos adquiridos.

En cierto modo, el problema que sufre Twitter es mucho más grave que la crisis de los anuncios rusos para Facebook. Muchísima gente usa Twitter no para informarse sino para desfogarse al instante, y lo hace de la única manera que se le ocurre: insultando al prójimo. Luego se arrepiente, pero está hecho. Los estudios de campo demuestran que un tuit redactado con ´palabras emocionales` (sic) obtiene una repercusión de hasta 20 veces la de otro texto anodino sobre el mismo asunto.

Tras las elecciones estadounidenses, Bloomberg encargó un estudio sobre el discurso político en las redes sociales durante la campaña. Una de las conclusiones retrospectivas fue que los algoritmos de Facebook tendían a propiciar la conformación de realidades paralelas: los usuarios sólo confiaban en las noticias (los hechos) que respaldasen sus posiciones y prejuicios, pero a la vez admitían sin mayor rechazo que el otro campo se regodeara en sus propias ´verdades`.

Con Twitter, según el estudio, pasa más bien lo contrario: el menor comentario político provoca un aluvión espontáneo de tuits ofensivos.  La reacción defensiva de Dorsey ante las críticas obedece sin duda al temor de que la toxicidad imprima carácter en Twitter hasta provocar abandonos entre sus usuarios. Uno de ellos, cuyo nombre no me suena de nada ni viene al caso, anuncia que se da de baja con esta descripción: «es una actividad adictiva, que no procura ningún goce salvo para la parte más insana de una comunidad». A lo que iba: en algún momento, parece que pronto, las redes sociales van a necesitar reglas, y las mejores que se conocen son las sedimentadas en la prensa convencional ignorada por los millennials. Hasta mañana,

Norberto


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