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  30/09/2014

30Sep

Escribí aquí el viernes sobre los acuerdos con compañías chinas a los que IBM se ha visto inducida tras sufrir las consecuencias del acoso del gobierno de Pekín. No se trata de algo excepcional, como han comprobado otras compañías, y hay que suponer que van a pasar por el aro, a menos que renuncien a hacer negocios en un mercado gigantesco. Que las revelaciones de espionaje mutuo hayan jugado un papel, es casi lo de menos, como lo es la sospecha de que pueda tratarse de que puedan ser respuestas al veto que en Estados Unidos pesa sobre Huawei: lo cierto es que las dos potencias recelan una de otra, y no se privan de recurrir al juego sucio. Maniobras sucias.

La semana pasada se conoció un movimiento afín pero distinto. Intel confirmaba que invertirá 1.500 millones de dólares para comprar el 20% del grupo Tsinghua, propietario de dos pequeñas compañías chinas de semiconductores – Spreadrum y RDA – que desarrollan chipsets para móviles 3G y 4G. Según el anuncio, Intel y Tsinghua se proponen desarrollar y vender productos conjuntos en China y otros mercados.

Es una nueva demostración de que Intel no ceja en su empeño de recuperar el tiempo perdido y engancharse al mercado de procesadores para smartphones dominado por la arquitectura ARM, antagonista de la x86 propia de Intel. A comienzos de este año, el CEO de la compañía californiana, Brian Krzanich, anunció la instalación en Shenzhen de un llamado Smart Device Innovation Center, y la dotación de un fondo de 100 millones de dólares para financiar proyectos originados en ese país. Coincidentemente, se prepara el lanzamiento masivo de sus chips SoFIA, diseñados para equipar smartphones 3G y 4G asequibles.

Estas iniciativas confluyen con una estrategia de las autoridades de Pekín para desarrollar capacidades propias que eleven el papel de China en la industria de semiconductores. Y esa estrategia necesita contar con la tecnología occidental. No consta que el acuerdo con Tsinghua incluya alguna transferencia de procesos, que sería previsible entre socios. Tampoco se ha mencionado la posibilidad de fabricar en China, lo que sería motivo de controversia, pero sería la única manera de bajar el precio de los chips sustancialmente.

Es significativo que la cooperación entre Intel y Tsinghua se anuncie en coincidencia con los desencuentros entre Qualcomm – su gran competidor – y el gobierno chino, que filtra a la prensa acusaciones de monopolio. A principios de septiembre, el «ministro de asuntos del ciberespacio», Lu Wei, se encaró al chairman de Qualcomm, Paul Jacobs, que estaba sentado a su lado en una conferencia internacional, para decirle «ya que ustedes generan en China la mitad de sus ingresos, nosotros queremos compartir ese dinero como socios». La premisa no es falsa: en las cuentas de Qualcomm consta que los clientes chinos – fabricantes que trabajan para casi todas las marcas, entre ellas Apple – representan el 49% de los 25.000 millones de dólares de ingresos.

Jacobs, que seguramente se esperaba el envite, estuvo conciliador: «trabajamos con unas 90 compañías chinas, y seguiremos buscando el beneficio mutuo». El episodio sugiere que alguna concesión tendrá que hacer Qualcomm, porque la cadena de suministros de esta industria es la que es, y pasa inevitablemente por las factorías chinas.


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