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  2/10/2013

El evangelista de la buena tinta

No es un misterio que en el negocio de los equipos de impresión, la gallina de los huevos de oro son los consumibles. Y que la zorra en ese gallinero son los cartuchos rellenables. Nadie lo sabe mejor y lo sufre más que HP. Su táctica ha cambiado: con el fin de difundir las virtudes de su tecnología y colocarse por encima de esa competencia basada en el precio, el fabricante ha decidido lanzar un mensaje con una dosis de originalidad: en lugar de retórica sobre las ventajas de sus tintas, HP pone de manifiesto la ingeniería y el trabajo científico que hay detrás de una fórmula química. El animador del espectáculo, Thom Brown, se llama a sí mismo inkologist.

Thom Brown

Thom Brown

El negocio de impresión es clave para HP, y la venta de consumibles es clave para el negocio de impresión de HP. Brown recorre el mundo con su laboratorio itinerante, y esta vez el show llega a Madrid. Sobre una mesa ha dispuesto botes, pipetas, piezas mecánicas de impresoras, cartuchos de todos los tamaños… todo lo necesario para demostrar las cualidades de las tintas de la marca, a base de experimentos y un agudo sentido del humor. La meta es obvia: convencer al público – en esta ocasión una veintena de periodistas – de que resulta más provechoso usar consumibles de HP que los genéricos compatibles.

Apoyándose en un estudio de parte, el especialista desmiente que los cartuchos de bajo precio sean igual de fiables y más económicos: un 40% de los que se tomaron como muestra – dice con cara convincente – fallaron, obligando a repetir la impresión y gastar más papel. «Es radicalmente falso que los consumibles rellenables sean más ecológicos», argumento que Brown completa pasando a exponer el programa de reciclado de HP.

Una vez servido el marketing más o menos convencional, Brown se mete en harina con las curiosidades, buscando la complicidad de la audiencia. ¿A quién se le había ocurrido pensar que la técnica pictórica del puntillismo es exactamente la que utilizan las impresoras? Son puntos, gotas de tinta, da lo mismo que se imprima un folio o un cartel. El tamaño de una gota puede ser de 1,3 picolitros (unidad de medida con tantos ceros decimales que es imposible recitar). Para que la prensa se haga una idea: se utilizan 35 millones de gotas para imprimir una fotografía, y una sola letra impresa se compone de 1.400 gotas. En cuanto a los colores, en una impresora de chorro de tinta sólo hay tres, pero combinándolos se pueden obtener 72 millones de tonos.

Todas y cada una de las gotas que salen de cada boquilla deben tener la tonalidad correcta y colocarse exactamente donde corresponde. Para ello se utiliza una técnica basada en… una cafetera. Es que fue así como un técnico de HP se inspiró para desarrollar una impresora inkjet. Brown, enfundado en su bata blanca, consigue la risa de una audiencia al principio escéptica. Esta es la historia que cuenta: «mientras preparaba su café, el hombre observó cómo el agua se calentaba hasta hervir para después enfriarse y formar gotas con el resultado final. La primera impresora que salió al mercado constaba de nueve boquillas para escupir tinta, un número modesto si se compara con las 40.000 que tienen algunos modelos de impresión en gran formato que también usan la tecnología inkjet.

Cambiando el café por la tinta, se añade precisión en vez de azúcar. Para calentar el líquido dentro de las impresoras, se aprovecha el calor que desprenden los chips de silicio de la máquina, alcanzando una temperatura de 300 grados, suficiente para que hiervan los colores y salgan disparados por las boquillas. Estas, para afinar al máximo el lanzamiento, tienen un ancho equivalente a la tercera parte de un cabello; pero no basta, pues los cabezales deben guardar una cierta distancia con el papel para no arañarlo, y lanzar una minúscula gota – Brown hace un gesto pícaro – con esta separación es como tirar una uva desde la altura de 30 pisos.

La precisión añadida depende de la fórmula de la tinta, que permite que una gota se estire al caer – igual que el queso fundido en un trozo de pizza – y determina por dónde se parte. En 20 años, HP ha desarrollado unas 100 fórmulas, para cada una se emplean entre tres y cinco años de experimentación. Aquí la cara de Brown se pone solemne: «así se ha conseguido mejorar poco a poco la impresión, con tintas que funcionan en todos los tipos de papel, u otras que evitan los borrones o las manchas de café». Para que el resultado final, a la hora de imprimir, sea el que el usuario desea, hay que calcular cómo interactúan los componentes de la tinta con los filtros, el metal y otras partes de la máquina.

Claro está que la composición de la fórmula no es sencilla, y Brown no ha venido a España para revelarla. O sí. Consta de agua y color, que puede ser colorante (el más utilizado para fotografías) o pigmento, habitual para la impresión en papel. Empieza el capítulo de los pigmentos: están formados por un líquido con minúsculas partículas que tienden a sedimentar en el fondo del cartucho, lo que puede provocar que se atasque si no se usa con frecuencia. HP ha desarrollado algunas maneras de mantener las partes sólidas en suspensión constante. El polímero aglutinante es otro secreto que guardan las tintas; generador del efecto queso fundido, debe provocar que el corte se produzca siempre por el sitio adecuado. Hay más ingredientes, como el aditivo kogation, que después de hervir la tinta limpia los restos de la cocción para que la boquilla no se atasque, u otro añadido para que el papel no se combe.

Poniendo por delante que los fabricantes de consumibles genéricos no gastan dinero en descubrir las fórmulas de HP, Brown sorprendió con la demostración final. Preparó un mojito auténtico, que desmejoró a otro que había sido elaborado con ingredientes de mala calidad. Una forma dis-tinta de comunicar el mensaje de marketing.

[informe de Pablo G-Bejerano]


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