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  30/01/2014

Wearables: fetichismo sin modelo de negocio

Este domingo, dos diarios españoles publicaban sendos reportajes – muy bien ilustrados – sobre el emergente fenómeno bautizado como wearable computing. Lo curioso es que los dos proponían traducciones distintas, y en un caso dos: tecnología para llevar puesta, o tecnología que se pega al cuerpo [Joseba Elola, en El País], tecnología de vestir [Francesc Bracero, en La Vanguardia]. Una tarea para la prensa – y la Academia, si se tercia – sería la búsqueda de un nombre comúnmente aceptado. Para la industria, el problema es más arduo: encontrar un modelo de negocio para algo que, según una expresión corriente, no es el futuro sino el presente. No es tan fácil, como se verá.

De momento, habrá que conformarse con el nombre acreditado, wearable computing. ¿Por qué no tech-á-porter? Las previsiones que manejan algunas consultoras y unos cuantos gurús bienintencionados son generosas y en todo caso positivas. Por poner algunos datos sobre la mesa: hay quien habla de que el negocio de esta tecnología moverá 19.000 millones de dólares en los próximos cuatro años, lo que supondría un crecimiento del 1.200% sobre el gasto de los consumidores en los primeros productos existentes de una rama que tanto promete. Claro que, partiendo de mínimos, toda hipótesis está sujeta a la arbitrariedad. Canalys, una de las consultoras más reputadas – y más entusiastas – ha calculado que este año se venderán 5 millones de relojes inteligentes, o smartwatch, en todo el mundo. Dos condiciones ponen los analistas: 1) más y mejores sensores, más miniaturización y garantías de seguridad, y 2) que se encuentre la (o las) killer application que despierte la demanda.

Accenture, por su parte, publicaba recientemente un estudio «global» sobre las intenciones de compra de los consumidores. Según la encuesta, prácticamente la mitad de las personas consultadas muestran interés en comprar alguno de estos dispositivos, se llamen como se llamen. Las gafas tipo Google Glass parece que son las que más curiosidad despiertan, ya que son mencionadas por cuatro de cada diez individuos. Es una actitud que el estudio subraya porque la mayor parte de estas innovaciones no están realmente disponibles al público. Lo que vienen a reflejar los resultados es que habría un alto número de personas propensas a estar permanentemente conectadas (aún más) a su mundo. Al universo digital, por usar otra expresión en boga.

Si algo abunda, son estudios. Forrester ha hecho otra encuesta, que lleva a sospechar que la primera manifestación en el mercado debería ser la incorporación de sensores a la ropa, la segunda los lentes de contacto y la tercera los tatuajes interactivos.

En la acera de enfrente, nadie quiere dejar un mercado que podría ser tan apetitoso. ¿Existe realmente este mercado? Un analista de Forrester, JP Gowder, escribe que la tecnología wearable se encuentra «en una fase de burbuja». Lo que no tiene por qué ser malo, según Gowder: «también Internet vivió su burbuja en 1999, y eso no hizo que fuera menos importante».

La cuestión que decidirá si es realmente una burbuja o un negocio con visos de sostenibilidad es que los dispositivos – se llamen como se llamen – van a resolver problemas reales de los usuarios, sentencia el analista Gowder:»un reloj inteligente que simplemente reproduce las actividades que el usuario puede hacer con un teléfono inteligente, no va a encontrar un gran mercado». Algo similar puede ocurrir con otras tecnologías que acaparan la atención mediática, y que apenas aportan algo más que la función de podómetro digital para ofrecer estadísticas de actividad física (o mental, vaya uno a saber) y de sus consecuencias en diversas constantes vitales.

Lo que sugiere que muchas de estas innovaciones, o bien se incorporarán pronto a los smartphones – con lo que un dispositivo ad hoc se volvería inapropiado – o bien sólo servirían como accesorio ligado por conexión inalámbrica a un smartphone, que hoy por hoy es el único irresistiblemente necesario a una parte (creciente) de la humanidad. El problema, en esta segunda hipótesis, es que muchas personas se resisten a cargar con múltiples aparatos porque prefieren uno multiuso, que por sí mismo resuelva varios problemas a la vez. Un apunte ingenioso dice que «nadie compraría un accesorio para una navaja suiza».

Así pues, ¿qué posición adoptan los grandes de la electrónica, la informática y las telecomunicaciones? De momento, alimentar el ego de los defensores de la tecnología wearable: lo primero será no quedarse al margen, y al mismo tiempo crear una tendencia. Porque, si no lo hicieran, correrían el riesgo de perder una tajada del presunto pastel, a manos de sus competidores o de imaginativas startup lubricadas por inversores de capital-riesgo.

Uno de los que se ha puesto las pilas es Intel, tendiendo la mano a sus socios tradicionales o a otros nuevos, pretenda que su lema Intel Inside siga vigente en estos nuevos dispositivos, aprendiendo quizá de su torpeza al dejar pasar el boom de los smartphones y las tabletas. Por esto no es de extrañar que fuera Intel una de las empresas que más titulares han acaparado en la reciente feria CES, de Las Vegas, inundada de propuestas en este nuevo terreno para la innovación. Que un nombre tan importante de la industria se una al fenómeno, sirve de aval. Tan voluntarioso es el empeño de Intel que ha puesto en marcha un concurso para buscar ideas y diseños, dotándolo con 1,3 millones de dólares en premios (medio millón para el ganador). Los diez primeros desarrolladores serán puestos en contacto con expertos de la industria para hacer realidad sus diseños y convertirlos en productos comerciales. Todo es posible.

Llegados a este punto, hay que señalar que los inversores que suelen fijarse en nuevas propuestas de hardware suelen ser menos audaces que los que financian aplicaciones de software. Lo que no es necesariamente un problema, sino incluso una oportunidad. Quienes se dedican a fabricar componentes – Intel no está sola, como demuestra el caso de Qualcomm, que en Las Vegas mostró prototipos, además de su smartwatch Toq, que ya puede comprarse por 349 dólares – confían en los wearables,  no se atreven a estimar la fecha en la que estos dejarán de ser ´trendy for early adopters` y se acerquen al plano del consumo. Sony trata de hacer valer el hecho de que fue el primero en sacar un reloj que hubiera encantado al profesor Gadget.

Hasta hace muy poco, todo parecía un juego aptp para startups como Fitbit (un clip que mide el movimiento y el sueño), Pebble (un reloj inteligente), Jawbone (auricular activado por la voz) o Whistle (rastreador de mascotas). La lista podría incluir nombres tan curiosos como Cookoo, Kronoz, Metawatch, Vuzix, Burg Ltd, Glass Up y así de seguido. Sin olvidar al español Xavier Verdaguer, pionero de la ropa inteligente y radicado en San Francisco, cuya empresa actual se llama – muy gráficamente – GPShoes. Que la mayoría de estas startups pueden acabar digeridas por alguna grande, es ley de vida.

Las aplicaciones médicas, e incluso las policiales, aparecen en muchas de las hipótesis, y hay operadores que dedican recursos de I+D a explorar esas posibilidades. Nike (Fuelband) y Adidas (Micoach) se han subido al tren en marcha con sus pulseras interactivas al servicio de la actividad física. Cuando se habla de facturación en 2013, estos son los productos que entran en el cálculo. Pero no hay duda de que el campanazo lo ha dado Google con sus gafas de realidad aumentada, que no son un prototipo ni un producto comercial pero salen en las noticias todos los días.

Samsung se tiró a la piscina con su Galaxy Gear, algo más que un reloj y algo menos que inteligente pero esclavo de un smartphone (otro Galaxy). La firma coreana, ante la posibilidad de una desaceleración del ciclo de sus productos estrella, va a perseverar en esta línea de wearables, llámense como se llamen, y prepara alguna novedad para el inminente Mobile World Congress. Apple aparece en todas las quinielas.

No es que falten propuestas, como se ve. Pero hay problemas que resolver desde la tecnología de componentes (pantallas, sensores y baterías, principalmente) por lo que los analistas prefiere hablar de work in progress más que de productos propiamente dichos. El coste es asunto de mucha enjundia, porque requiere acertar en la masa crítica y en una estimación fiable de la demanda. Y luego, ¿cómo se van a comercializar? Nadie tiene (todavía) respuesta para estos interrogantes, mucho más serios que encontrar una denominación aceptable.

[informe de Arantxa Herranz]


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