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  25/01/2019

Masayoshi Son moja en todas las salsas

De Masayoshi Son se dice que es un inversor compulsivo y un visionario desmesurado. También que su carácter le impulsa a resolver los  problemas con saltos hacia delante que suelen crear nuevos problemas a resolver con otro salto. El comentario es aplicable a su decisión de sacar a bolsa la unidad de telecomunicaciones de su imperio Softbank, el tercer operador móvil de Japón, para captar financiación fresca. Este es el trasfondo: el Vision Fund, promovido por Son, depende en buena medida del dinero saudí, tocado por los coletazos del caso Kashoggi. El estreno de Softbank en el parqué no ha salido bien, pero esto no ha detenido el funambulismo del empresario nipón.

Los analistas y la prensa japonesa se han preguntado qué le urgía para salir a bolsa justamente en momentos de zozobra bursátil generalizada. Tampoco ha sido bien visto que amputara una parte de su conglomerado que ya cotiza para abrir una segunda cabecera. La operadora – ahora segregada como Softbank Technology para diferenciarla de la matriz Softbank Corp. – tiene otros problemas. Uno de ellos, de política interna, está relacionado con las objeciones a que su red 4G esté basada en equipos suministrados por Huawei. Otro no menos grave es la obsesiva dedicación de Son a su faceta inversora, descuidando la que fuera joya de su corona.

La prioridad es ahora el Vision Fund, a través del cual canaliza casi todas las inversiones que antes hacía en nombre de Softbank. Hasta el punto de que ya resulta difícil diferenciar unas de otras, quien invierte en qué. Con el señuelo de 45.000 millones de Arabia Saudí, se han ido sumando otras empresas como Apple, Qualcomm y Foxconn, pero esto no modifica lo sustancial.

En eso estaba el ´visionario` cuando el asesinato del periodista Jamal Kashoggi con implicación del heredero saudí han perturbado sus planes. Al preguntársele por el asunto, Son no pudo menos que condenar el crimen, a la vez que reafirmaba su vínculo con la monarquía tribal de los Saud. Hizo gala de que el Vision Fund supone el 45% de los beneficios de su grupo, superando la contribución de la operadora, por entonces aún no segregada. En realidad, la primera fuente de esos beneficios fue una operación excepcional, la venta de Flipkart, portal indio de comercio electrónico, al grupo estadounidense Walmart, por un precio cinco veces superior a la inversión original. No todos los días se hacen desinversiones con final tan feliz.

Pese a su aparente omnipotencia, el fondo carga con una deuda estimada en 40.000 millones de dólares que sólo en parte está respaldada por unos  ingresos petroleros que no son los de antaño. Llegado el caso, sería un elemento de riesgo para el conglomerado Softbank, razón por la cual su fundador ha querido blindar su activo histórico atrayendo más accionistas. Que no acudieran en tropel sería frustrante para cualquier otro que no fuera Son, convencido de que domina la alquimia que multiplica el dinero.

Se trata de dimensiones colosales. Sobre el papel al menos, porque hay opacidad. Según lo anunciado, en menos de un año el Vision Fund ha comprometido 65.000 millones para comprar participaciones en Uber, Slack, WeWork y otras empresas de las que espera obtener plusvalías en su eventual salida a bolsa. Con una táctica agresiva y gracias a la confianza depositada por sus socios, el magnate Son juega al Monopoly: invierte grandes sumas en empresas líderes en sus respectivos sectores. En el Silicon Valley es temido y admirado a partes iguales. De hecho, Sequoia Capital y Kleiner Perkins han creado fondos específicos que siguen sus pasos.

La ambición ilimitada de Masayoshi Son le mueve a buscar continuamente posiciones de fuerza en startups muy diversas. De su largo catálogo de inversiones surge un muestrario variopinto, cuya coherencia sólo él conoce. De palabra, la estrategia consistiría en estimular sinergias entre las empresas que apadrina.

En algunas áreas, se aprecia con claridad. Por ejemplo, la automoción: una  joint venture con Toyota se complementa con una coinversión apoyada por Honda en GM Cruise, filial de  General Motors. Ambas operaciones tendrían como derivada la gestión futura de los datos proporcionados por los vehículos, lo que sugiere una larga paciencia. El Vision Fund incluso ha puesto dinero en empresas mineras para asegurarse un rol en el suministro futuro de litio para las baterías de coches eléctricos.

En otras apuestas, la cualidad de visionario no se detecta tan fácilmente. Valga como ejemplo la cadena de coworking We Work, a la que prometió 25.000 millones de dólares que luego rebajaría drásticamente. Esta joven compañía se ha dado como misión – esto dice su fundador – acoger al número creciente de trabajadores freelance en oficinas de postín bien situadas en las urbes más vibrantes del mundo [al parecer, la expresión ´economía colaborativa` ha caído en desuso]. No se ve el parentesco con otras inversiones tuteladas por Son: se trata de un modelo de negocio muy fácil de copiar y muy vulnerable a la competencia local porque depende de las variantes inmobiliarias [o a lo mejor ahí está el truco].

La naturaleza pasiva de las inversiones saudíes, que se limitan a aportar  dinero sin pretender acceso a la gestión, permite que creadores de startups duerman más tranquilos, algo es algo. Mientras tanto, el genio de la lámpara procura que se sepa lo menos posible sobre el origen de sus recursos. En los últimos años, gran parte de las empresas tecnológicas se han zambullido en la piscina del dinero saudí, pero tras el asesinato de Khashoggi ya no acuden a los saraos del príncipe heredero.

Cuando se trata de lidiar con inversiones del Golfo hay un problema que no es menor. Las compañías tecnológicas estadounidenses se han revestido durante años de unos principios que exaltan virtudes como la tolerancia, la diversidad y la libertad de expresión. Así han podido autoafirmarse ante sus empleados y sus clientes, pero en la práctica esos valores están muy lejos de ser respetados por las satrapías hereditarias.

Masayoshi Son no se inmuta. En sus planes figura levantar otro fondo dotado de otros 100.000 millones de dólares cada dos o tres años – dice –  invertiría a razón de 50.000 millones cada año. Por comparación, hay que recordar que todo el sector de capital riesgo en Estados Unidos invierte en un año 75.000 millones. Lo números no cuadran, es cierto, pero Masayoshi Son sigue saltando.

[informe de Pablo G. Bejerano]


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