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  3/07/2019

3 de julio 2019

Me temo que entre nosotros ha habido precipitación al interpretar la tregua sellada (extraoficialmente) por Donald Trump y Xi Jinping. El conflicto continúa y el hecho de que la única fuente del aparente acuerdo sean unas breves declaraciones del presidente estadounidense no es exactamente una garantía de claridad. Sin entrar en detalles, Trump anunció que  las compañías estadounidenses “podrán vender a Huawei sin que ello cree un problema de emergencia nacional”, frase que cabe entender como indicio de que en él ha pesado más la opinión de la industria tecnológica que la de su belicoso consejero John Bolton. Esto no quiere decir que el veto contra Huawei haya sido levantado. Ni mucho menos.

A Larry Kudlow, antaño comentarista de televisión y actualmente consejero económico presidencial, le tocó la tarea de aleccionar a la prensa: no se trata de una amnistía general ni Huawei ha sido borrada de la lista negra del departamento de Comercio. Esta rama del gobierno será flexible al otorgar licencias de exportación de componentes destinados a Huawei, con esta precisión: “aquellos productos o componentes que sean obtenibles en otras fuentes o se juzguen de especial sensibilidad para la seguridad de Estados Unidos, no serán autorizados”.

Es suficiente para tranquilizar a la industria de semiconductores, cuyo lobby en Washington se había movilizado para aliviar el rigor de la medida presidencial. Otras decisiones quedan congeladas de facto: habría desaparecido el motivo para que Google restrinja patrióticamente el uso de Android por Huawei. De paso, aunque sin decirlo oficialmente, se da por sobreentendido que las empresas norteamericanas no encontrarán trabas para importar sus productos fabricados en China (como es el caso de Apple, entre otros). Y que China no tomará represalias, que era el otro temor.

No obstante, Kudlow advirtió que “no se ha dicho la última palabra”, lo que venía a subrayar que el supuesto aflojamiento del bloqueo ha sido un truco o una contrapartida necesaria para poder decir que hay un acuerdo para seguir buscando un acuerdo. Por su lado, es obvio que Xi Jinping no habría podido sentarse a la mesa sin saber de antemano que se levantaría con esa concesión.

El articulista Andrew Ross Sorkin comenta agudamente que se ha llegado a esta situación porque Estados Unidos no ha tenido una estrategia propia de innovación en telecomunicaciones. Es rigurosamente cierto que ninguna empresa norteamericana puede ni remotamente compararse a  Huawei: la única que pudo haber jugado un papel en el desarrollo de 5G, Lucent, cayó bajo control de Alcatel y luego esta fue adquirida por Nokia.  Según el autor, la ceguera de sucesivos gobiernos ha entregado a China una ventaja decisiva que no se podrá resolver con medidas proteccionistas sino con lo que él llama “una suerte de Proyecto Manhattan acerca del futuro de la conectividad”: adelantarse a China en la próxima generación de redes inalámbricas.

Ambas delegaciones se tomarán tiempo para discutir cientos, quizá miles, de asuntos en los que sus intereses son divergentes. Que se sepa, la única concesión que ha hecho Xi ha sido el compromiso de comprar unos cuantos miles de toneladas de soja, que Trump podrá esgrimir como un triunfo ante sus votantes del Medio Oeste.

En lo que respecta a Huawei, no ha cambiado nada fundamental. Su fundador, Ren Zhengfei, ha enfriado las expectativas al declarar que la compañía está preparada para las peores circunstancias. Lo cierto es que en los dos países hay corrientes que se oponen a que las apariencias vayan demasiado lejos. En Estados Unidos, se suelta la lengua de los que critican la gestión personalista que Trump ha hecho de la relación con China. En Pekín, crece la resistencia dentro de la dirección colectiva a las eventuales concesiones de Xi.

Para el presidente chino, su programa de autonomía tecnológica en 2025 es intocable. Uno de los aspectos que podrían estar sobre la mesa sería la llamada  “neutralidad competitiva”, consistente en relajar sustancialmente la exigencia de que ciertas actividades económicas queden reservadas a empresas chinas (públicas o privadas) con exclusión del capital extranjero. Las telecomunicaciones son una de esas actividades, lo que significa que una “línea roja” (nunca mejor dicho) a no traspasar sería la defensa a ultranza de Huawei en su condición de campeón nacional.


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